(un discurso po-ético para el postconflicto)
Para William Ospina
y un tal Zaratustra Nietzsche,
que provocaron la confluencia.
Hay una urgencia,
y las cosas no están
como para ponernos
quisquillosos.
Michel Onfray
Tal parece que la paz se aproxima.
Algunos la quieren ver muerta,
más aún,
le tienden una celada.
Antes de que ocurra
lo que deba ocurrir,
tengo unas simples preguntas.
¿Qué hay de los ínfimos?
¿Los menos?
¿Los que son menos que menos?
¿Aquellos que prueban un aire
con el cual se podrían hacer ladrillos?
¿Los que hambrean
y ya no pueden seguir?
¿Los que no alcanzaron a llorar
quedándose por fuera?
¿Qué hay de aquellos
que ni siquiera pudieron
abrir los ojos,
y si los abrieron,
les fueron arrancados
por la fiebre
de un mundo encharcado
en decapitaciones
y extravíos?
Los ínfimos,
¿qué hay de ellos?
¿Los menos
que son menos que menos?
¿Aquellos que no pudieron sentir
el regocijo de una piel enardecida,
la risa contagiosa de la amistad,
el olor de un pan fresco,
la lluvia refrescante y el viento
con su leve olor a esperanza?
(aunque hay quienes piensan
que la esperanza es siempre un asunto
descortés y poco claro)
¿Qué de esos
que no pudieron pasar el umbral
de su propia herida?
¿Dónde quedaron
las tardes de satisfacción
de los que debieron retirarse
amenazados con las tenazas
brutales de los infestos?
¿Dónde están los perros fusilados,
los gorilas sin cabeza,
los elefantes desollados y sin colmillos,
el puma dorado que ya no alumbra,
los ocho micos aulladores
que pasaban por mi patio con su alharaca
al abrir el día?
¿Cuál fue el real propósito
de acorralar y desangrar ballenas
en la fiesta de ese mes fatídico
que hacía honores al santo
que jamás pudo hacer el milagro
de que nadaran libres?
¿Qué clase de traición es la paloma
con que quieren hacer
el caldo de pasadomañana
para calmar la borrachera?
¿Y qué hay de los árboles
aturdidos por la sierra
que desmiembra a la infancia?
¿También han caído
ante el ruido de la embestida?
¿También son el río primordial
que insistimos en dinamitar,
la selva virgen
que queremos civilizar
para inaugurar un supermercado
al borde de la nueva autopista?
Dices que no conozco la guerra.
Que no se debe hablar
de lo que no se conoce.
Que yo, aquí, sentado en mi sillón
leyendo poemas místicos
y escuchando la velocidad y la estridencia,
no tengo derecho a quejarme.
¡Que de lo que no se sabe,
lo mejor es callar!
Me exiges muertos a cuestas:
madre, padre, hermanos, hijos y más.
Una casa con extensa tierra
donde ya no se puede volver.
La cojera de una pierna
estallada por una mina,
un brazo abaleado,
una oreja amputada
y los tres faltantes
dientes de oro.
Aquel oro con que pagabas
a tus guardaespaldas.
Dices que si no he sido víctima
de una galerada de encierros,
de desprecios y de oprobios
perpetrados por el tirano y su baba,
no tengo derecho a hablar
ni a pensar sobre la guerra.
Que eso sería algo incomprensible.
Que me preocupe por mis alivianadas cosas
y deje de meterme en lo que no me importa
como toda gallina clueca.
“Todo debe ser vivido en carne y hueso”, me realzas.
¡Qué clase de tontería es esa!
Si ya sabemos que la llama quema,
¿por qué meter entonces la mano en su crepitar
para darse cuenta de ello?
¡Y además me gritas
diciéndome que soy culpable!
Sí, sé que han existido muchos culpables,
a tu pesar.
Tanto tú como yo lo hemos sido.
Digamos entonces “¡somos culpables!”.
(para no ser excluyentes, señalo yo)
Culpables como las bailarinas frenéticas del cabaret,
o las ígneas narices de los cometas
que deslizan su amenaza
entre las torres dentadas de la sombra,
o los que te “salvan” la vida a la que fuiste arrojado
sin invitación previa,
o los que se la pasan midiendo la magia
extraída de los diccionarios.
Sí, ¡todos somos culpables!
¡Y disfrutaremos una fogosa rumba en la paila mocha!
Lo que sucede es que tú tienes tus mañas
-y una gran coartada-
y serás borrado del expediente
antes de que el poema termine.
Aserrín, aserrán ¿quiénes faltarán?
También te lo diré:
se quedan sin nombrar
los treinta mil derviches,
las diosas paleolíticas,
los saca corazones,
las bombas humanas,
los fieles teledirigidos,
los filósofos de la nada,
los ágiles estadistas,
los astrónomos en su silencio estelar,
los chamanes y sus cien tribus,
los sabios que están a punto de huir,
los reyes católicos y el papa
-cualquiera que lleve puesta
una mitra papal-
y la turbamulta que se embarcó
aquella fecha notable, claro está.
Y también los juegos donde aquel toma todo
y los demás, los demás todos ponen.
Y las torturas de confesionario
con su pus entrando en el oído,
y los que niegan
que las ruinas
son el camino
de la transformación.
Sin olvidar a Mao ni a Hitler ni a Stalin
ni a Bush ni a Osama ni a sor Teresa
ni al otro de Borges o de cualquiera
ni a Neruda y sus cebollas
ni a los aliados y su alianza
ni a Freud
ni al pastorcito mentiroso
ni a la pobre viejecita
ni a su socio Rockefeller.
Y no podemos dejar atrás a Gilgamesh
ni a la bellísima Helena.
Ni a los faraones y sus corazones frente a la pluma.
Ni al Apolo 11 ni al Sputnik
que no le hicieron cosquillas al Caosmos.
Ni a la guillotina y su humana revolución.
Todos, si así lo quieres,
¡fueron culpables!
Y por supuesto, don Jovino
-mi profesor de primaria-
al regalarme un sacapuntas en forma de tren
su último día de clases.
Y Doloritas, la profesora de geografía
de quien me enamoré
y causó la mutilación del rosal
que alegraba la entrada de la escuela.
Y sería una descortesía de mi parte
callar sobre aquel “amigo” tuyo
que sólo te quería por el dólar de la suerte
que cargabas en la billetera
y por acostarse con tu novia
mientras te armaba “la podrida”
y al que tú llamabas “el inquieto”,
¡ni más faltaba!
¿Y qué hay de las tormentas del ego,
del ardor de los espejos y su eco sin memoria,
de aquella locura irresponsable
que llenó de gente al planeta,
de la libertad sin compromiso
con la coexistencia?
¿Y de los que se creen equilibrados
porque no se arriesgan a amar
-a perder el equilibrio por amor-
como si al ser un amante
se tuviera de antemano la vida perdida,
temerosos de fracasar y del dolor del fracaso?
¿Y qué de los que engrosan la billetera del gurú de moda
y meditan tres veces al día obnubilados
tratando de escapar de sí mismos?
¿Y del aristocrático gusto
de sacar a pasear tortugas
que no tiene nada que ver
con los que trabajan, trabajan y trabajan
anhelando un ocio prefabricado?
En fin…
no pretendo hacerte una lista exhaustiva,
pues, por demás, es innecesaria.
Tal enumeración sólo nos quitaría tiempo
para la entrada de la paz
que por ahora
está sentada en la salita de espera.
“¡La Familia del Mundo
en su totalidad es culpable!
¡Ya lo dijo el predicador!”, es tu argumento.
Sí, está bien.
Una historia sin culpables es insoportable.
Eso es lo que muchos quieren comprobar.
Y así sentirse acompañados en la morbosa carrera
por el éxito de la podredumbre
en su viaje al azul del cielo de los teólogos.
Sin embargo titubeo
y me surge la siguiente reflexión:
si todos somos culpables;
si todos somos reos
sin ningún tipo de distinción;
si por más sangre redentora que haya habido
seguimos en falta ante algún terrible señor
o frente a la humilde vecina
con sus hermosas piernas,
¡estoy seguro de que todo nos servirá de nada!
Si las multitudes debemos algo,
si el gran tumulto -sin excusar a nadie-
ha puesto su pizca de veneno
en la empresa desorbitada de la destrucción,
ninguno es culpable realmente
porque todos lo somos.
Y la inocencia prevalecerá en el mundo.
(mi maestro de lógica
-que además era un poeta de los de verdad-
me enseñó a pensar de esta manera)
Pues todos y cada uno
hemos exterminado un jardín,
un lago, tres mares, cinco bosques,
una manada de búfalos,
un cardumen de peces amarillos,
un país, un continente,
el inmenso vuelo de una pequeña golondrina
y hemos quemado el Poema de la Unidad
antes de leerlo.
Pero a todos -sin excepción- nos ha aniquilado la peste,
la desproporción de las matanzas,
la pobreza resplandeciente y arrolladora,
el rezo repetido de la “mejor” familia,
la defensa del ladrón con sus rugidos de incendio,
el alboroto de la historia y su impúdico conocimiento,
el desalentador bostezo de los que “prestan” atención,
la extrañeza de quien va a la montaña
-donde los cadáveres fueron trofeos olvidados-
y ha encontrado a su hermano
que estaba de viaje por París.
Y podríamos incluir las atrocidades que tú testifiques,
¡admirado turista!
Dicen los recién llegados
que pronto serán dueños
de lo que hemos hecho
y dejamos de hacer.
Nada significativo, en verdad.
Porque la tierra
-pase lo que pase-
no va a soportar tanto manoseo.
(cada cual ha tenido la pretensión de embolsillársela,
tanto tú como yo o aquel de más allá
o la señora que vende limonada en el estadio
hecha con el agua de un río contaminado)
A la sazón,
los poderosos están sacando las uñas
y sus hamburguesas
-como siempre-
y pronto estarán en Marte,
y se darán un paseíto en vacaciones
por alguna pléyade exótica
-sólo conocida por su inmenso ojo
que ausculta hasta el último rincón-
y tomarán vodka de primera mano
con sus secretos cómplices.
Recibirán la unción
y luego violarán
a las sacerdotisas
en las escalinatas del nuevo templo.
Les meterán por el culo un madero
de alguna inédita crucifixión,
y si no se dejan,
les echarán gasolina
y les prenderán fuego
para enseñarles la obediencia.
¡Hay de quien desobedezca!
Le lloverán interminables castigos,
lo pondrán a roer miedo como a las ratas.
Será conducido a ciegas a la tortura
-multiplicada por un capricho diabólico-
y lo dejarán tendido en la tumba
que está repartida en quince ciudades
y su familia tendrá que pedir auxilio
a las agencias de viajes.
(pero sin que la policía se dé cuenta)
Y las cosas volverán a empezar.
Esto lo confirmo
porque el variado universo
se expande y se contrae,
se anula y se genera a sí mismo,
y no faltará quien se las ingenie
para volver con suficiente dinero
a sonsacar al dios de turno
para deshacer maravillas
y hacer destrozos,
como siempre ha sucedido.
Por ahora, reconocemos que queremos vivir.
Como quieren vivir los muchachos
a quienes les ha tocado
mamar muerte desde la cuna.
Como las encinas y los guayacanes,
como las cabras de los escarpados riscos,
como el cóndor que cabriolea con el viento,
como las trompetas siniestras de aquellos jinetes
que han violado el pacto secreto
del Juicio Final.
Como los otros de nosotros y los demás.
Vivir tranquilamente,
como quien sonríe en la playa
ante el espectáculo
de una cerveza fría
o una tanguita que deja ver lo necesario.
Es cierto,
en este preciso momento
alguien está calculando el salto
desde la azotea de aquel edificio
-también le he visto-.
Su camino se debe haber truncado.
Las deudas le habrán quitado el aire, suponemos.
Pero eso no nos autoriza para empujarlo,
y mucho menos para detenerlo.
(yo también estuve al filo del acantilado,
y quizá lo vuelva a estar, valga decirlo)
Es que hay cosas de la vida
que nos joden realmente,
y hay ocasiones en que definitivamente
no podemos continuar.
Todos lo hemos pensado alguna vez.
Y hay quienes van más allá de seguir soportando
y su desdicha hace efectiva la caída.
Mas…
silencio,
escucho pasos que se acercan con sigilo
hacia mi habitación
mientras me como esta rica ensalada.
(no es que sea vegetariano,
es que la carne se ha encarecido monumentalmente
y ya no alcanza
sino para tomates y lechuga
en esta orilla del tercer mundo
a donde los comerciantes han venido por agua
para vendérnosla luego
en botellas plásticas)
“¿Hacia dónde seguir?
¿Qué hacer? -Me pregunta un tipo
con un arma en la mano-.
Usted que es poeta,
que ha leído libros y atardeceres
como nosotros golpes y órdenes,
díganos ¿cuál es la salida de esta encrucijada, entonces?”
“No, no tengo ninguna solución.
Lo siento mucho –contesto-.
Yo sólo tengo palabras,
palabras tontas quizás
y embriones en saldo rojo.
De todos modos,
hay que tener un orden.
No podemos hablar todos al mismo tiempo.
¡Nadie entendería!
Ni creer todo lo que se dice.
Y estar más atentos
a lo que sucede cerca de nosotros
sin ninguna clase de prisa.
¿Cómo ayudarnos mutuamente
si sólo se ha estado pensando
en la segunda venida de Cristo?
¡Si ha de volver, que vuelva!
Muchos le tienen preparada la espada
con sus himnos delirantes
que abrirán
las fauces dodecafónicas de la fiebre.
En todo caso, dudo mucho que pueda,
pues, lo más seguro
es que los aeropuertos estén cerrados
por mal tiempo.
No deberíamos olvidar
que una cosa es la prédica
y otra el predicador.
También pienso que lo importante
no es lo que separa
sino lo que reúne, congrega,
crea una fuerza y multiplica la energía.
Intento contestar a su pregunta,
como puede observar.
Pero adolezco de la suficiente sabiduría,
mi canto ha olvidado la clarividencia.
Sólo sé que una gran mayoría
-los relojeros entre ellos-
desea que respetemos la fila porque,
como se sabe,
el 1 está antes que el 2
-esa ficción de los matemáticos
y los enamorados de las jerarquías-.
Así que, por favor, deme usted una respuesta.
¡Yo pregunté primero!
¿Qué hay de los ínfimos?
¿Los menos?
¿Los que son menos que menos?
¿Salieron a comprar un vestido para el festejo?
¿Preparan las viandas para la bienvenida?
¿Qué se han hecho?
¿Celebran aún el ‘gol’ milenario
que entorpeció todas las cosas?
¿Dónde están ahora que la paz está por entrar?
Dígamelo usted, que sabe lo que nos espera”.
Medellín, comuna 13, 07 de julio de 2016, 4:20 p.m.
Imagen de Paolo Troilo
Nota 1: la disposición versicular no es la original. Los espacios entre los versos, sí.
Nota 2: después de haber sido publicado el 18 de julio de 2016, a las 10:07 a.m. se han venido haciendo correcciones a lo largo de los días -y las noches- hasta llegar a la versión final, guardada hoy 7 de agosto de 2016, a las 10:21 p.m.