No sabe uno que tan autocrítica pueda ser la alcaldía de Federico Gutiérrez, lo que sí es claro es que se sienten cómodos con su popularidad, apuntan a las mayorías y asientan su opinión en una clase media.
La mayoría puede ser un estadio peligroso sino se le pone en un lugar reflexivo lejos de la emotividad -porque ahí se convierten en masa. Trabajar las mayorías en coyunturas es una fórmula populista que lleva a todos los peligros totalitarios contra las minorías. En Medellín todas las minorías unidas somos una mayoría y si nos ponen en momentos reflexivos casi todos podemos estar de acuerdo sobre cosas bonitas.
Entonces, el alcalde no sólo debería de ser receptivo a lo que se podría llamar la opinión general, sino guiarla y transformarla. Esto se hace aún más grave en el tema de la seguridad donde un gobernante puede apelar a los miedos o rabias de las personas y volverlos un clamor general o puede invitar a la solidaridad y a la no tolerancia de situaciones sin necesidad de que la indignación lleve a la rabia.
En la seguridad nos ha preocupado el alcalde persiguiendo ladrones, calificándolos de forma despectiva y terminando reunido o promovido por grupos de personas cercanas a los linchamientos o a tomarse la seguridad por mano propia.
Una estrategia o sensibilidad puesta en la clase media -que es la que está preocupada sobre que no le roben el celular- también hace que la política social, de lucha contra la pobreza extrema y equidad en Medellín se debilite. Una muestra de esto es el tratamiento que se le ha dado al problema de habitantes de calle, que por más que hemos preguntado pareciera que sólo es un programa logístico de reubicación para que no moleste a los ciudadanos para los que está enfocado este gobierno. Ha habido un desmonte de programas sociales que ya empiezan a mostrar una alteración en los indicadores de soberanía alimentaria (Medellín Cómo Vamos, 2017).
Esperamos también que el cambio de nombre de Medellín Solidaria a Familia Medellín no equivalga también a que esta pierda su norte -que es un baluarte en la política pública estatal de la ciudad. No tenemos aún suficiente información sobre cómo va Buen Comienzo pero estaremos pendientes.
De nuevo, la cultura ciudadana es un gran fracaso con vallas que dicen textualmente “portate bien”. La campaña portate bien es una mezcolanza con problemas técnicos -que logra juntar recomendaciones paternalistas como este año si voy a aprender inglés con portate bien. Sentimos que el mensaje de portate bien, es un mensaje que se le dice a un niño. ¿El alcalde apunta a infantilizar a la ciudadanía?
Un gobernante no puede tener miedo a una ciudadanía expresiva, crítica y hasta combativa. En el Plan de Desarrollo se dice que bienvenida la crítica pero con respeto, el problema es que el respeto puede ser un gran eufemismo para alguien que es iliberal y poco democrático: irrespetar puede ser hablar a destiempo, protestar, resistir y nombrar un sentimiento y un desacuerdo. Así como nos dicen que nos portemos bien y en el Plan de Desarrollo nos indican que la crítica tiene que ser “con altura, respeto y argumentos”, este mismo alcalde dice que los empresarios deberían de ser multados si traen artistas polémicos.
Todos los artistas deberían de ser polémicos (en algún momento o resultar polémicos para alguien). Sino serían artesanos. Todos los ciudadanos deberían de ser críticos. Sino son clientes.
Necesitamos ciudadanos movilizados, informados, parlantes y molestando, eso es cuidar las instituciones y eso es lo que produce democracia.
No nos gusta la forma cómo se han enfrentado los debates públicos y se ha hiper-mediatizado la alcaldía reemplazando el diálogo por comunicación en una sola vía.
En épocas de realidades definidas por los guetos que creamos con nuestras redes sociales y búsquedas virtuales -todas sugeridas por un algoritmo que nos hace repetirnos- el debate en Medellín es casi por completo supuesto (donde ahí sí quedaría bien usado el término de virtualidad).
Los críticos comúnmente provienen del sector social y cultural, lo que hace que a la falta de comprensión por parte de la administración del sector cultural y los procesos de equidad y de lucha contra la pobreza extrema, se les sume la baja tolerancia a la crítica.
Así las cosas entre noticias ligeras y desarticuladas y respuestas prefabricadas, todos los debates quedan aplazados y se genera una fachada -que petrifica la cultura política- de que la administración es tolerante y receptiva y va a analizar, pero de otro lado las ordenes son las de desincentivar, bloquear o aleccionar a los grupos críticos y sus representantes expresivos. Los rumores son reiterativos en apuntar el malestar del alcalde con la crítica y los ejercicios -que vamos a empezar a documentar- son por completo de veto.
Mientras se tratan públicamente los malestares ciudadanos o los debates públicos, soterradamente aparecen los esfuerzos por remover personas incomodas.
Del otro lado de la neutralización y sanción a críticos y detractores, está el clientelismo, que más allá del equipo del alcalde llegando hasta lo más profundo del organigrama, las componendas y micro-cirugías siguieron hasta el 2017 con testimonios de trabajadores de la Alcaldía sobre personas que no tenían ni idea de lo que hacían pero que les prometieron un salario de determinado valor gracias a una relación construida en la campaña.
Más allá de los despidos legales (y no renovación de contratos) para abrir campo, se empezaron a perseguir funcionarios que pensaban distinto, eran críticos o se alegaba que fueran de algún grupo político que no estuviera en la coalición de gobierno. Los concejales en esto -como suele pasar- tienen una gran responsabilidad.
Desafortunadamente, en Medellín como en tantos otras ciudades de Latinoamérica estamos acostumbrados a que un alcalde es una especie de dueño y entonces no nos sorprende que de una forma que no pasa en ninguna empresa empiece a despedir personas capaces con tal de colocar los que trabajaron en la campaña. Eso en alguna medida lo han hecho todos los alcaldes en la historia de Medellín y eso tiene que acabar. Y aunque en esto no hay justas proporciones, nos parece que este alcalde cayó en el extremo de perder información y conocimiento en educación y cultura y en buscar cargos para allegados que no tenían nada que ver con su experiencia.
Esta lógica peligrosa de partido que dicen que la lidera Santiago Gómez, se une a un temperamento que parece ser vanidoso y que nos da una muy mala lección de política pública sobre personalismo. Federico Gutiérrez parece ser una persona muy leal con sus amigos, que normalmente no lo contradicen y que lo elogian de manera generosa, se conmueva con una ciudadanía que lo aplaude y lo saluda y estas dos características lo hacen coincidir con confundir con enemigos a una ciudadanía que no lo aplaude y ser deficiente en rodearse de personas experimentadas y conocedoras (que lo puedan cuestionar con profundidad filosófica).
El alcalde se exagera en personalismo -aún con lo competido que es esto en Colombia y en el mundo- y crea un estallido de comunicaciones que elimina los lugares respetuosos del debate. El signo de la comunicación pública ahora es un recorrido de ciudad lleno de fotos y de mensajes en redes sociales y el gobierno de la ciudad es un laboratorio para que personas muy inexpertas ensayen y se equivoquen sin ninguna necesidad de humildad.
En abril de 2017 los ciudadanos más pobres han perdido movilidad social por el debilitamiento y la falta de reinvención de políticas (donde se le puede echar la culpa a la economía o el déficit en el erario público que le tocó al alcalde) y perdido redes de apoyo -de lo que se puede responsabilizar a la alcaldía en su pésima labor en fortalecimiento organizacional siendo incapaz de desarrollar redes para trabajar con muchos y distintos grupos.
Si frente a ese modelo de ciudad comercial y mediático nos alertamos con el debilitamiento del arte, siempre urgente en el mundo de hoy para el desarrollo de sensibilidades y reflexiones, tendríamos que pensar que -en medio de la mediocridad y de muchas sonrisas- esta alcaldía nos llevó a una crisis grave de la que somos responsables.
Colectivo Morada