Por: Casa de las Estrategias
En 8 días en Medellín perdimos personas que nos hacían falta en la Vereda La Loma, barrio Las Estancias, Santa Cruz, La Esperanza, La Candelaria, Mano de Dios, Loreto, Santa Mónica, Aures 1 y San Antonio de Prado.
John, Eiver, Yeferson, Edwin, Jackson, Fausto, Alexis, Luis Alfonso, Brayan, Alejandro, Marbyn, Jesús, Carlos Mario, Alexander ya no están aquí y en Medellín no nos sobraban.
Las familias Mosquera, Perea, Mosquera, Morales, Rendón, Montoya, Galindo, Pulgarín, Guzmán, Ortiz, Cardona, Hernandez, Osorio, Balbuena pasaron por la peor fractura de todas: la muerte antinatural.
Una esposa recuerda el dolor infinito (de cualquier fecha) y esa memoria inmortal: la sonrisa sincera del padre de sus hijos, los domingos de empanadas con ají, sus pertenencias de color rojo, las tardes pescando, las canciones de rock en español.
“Lo quiero recordar como ese loco (…) que lloró cuando murió onix (el perro pitbull blood found)” -nos dice el hermano de José Junior Ríos. Y mira a su mamá, que nunca va a tener consuelo por la muerte de uno de sus hijos.
Recuerdo “cuando volvió a la casa, después de varios años en situación de calle y salíamos a caminar. Un día lo invité a comer helado y pidió la repetición de otro helado y con todo el gusto se lo dí, apenas le daba risa.”
“La calle” atrapa algunas angustias y desde afuera dejamos de ver esa persona -que siempre recordará su hermano- entre el color verde y malticas, escuchando a Cancerbero y jugando videojuegos.
Una tía nos dice que no dejaron que su sobrino llegara a los 21 años y lo mataron el día del padre; estamos perdiendo adolescentes de 17 años, de 18, jóvenes de 21, 22 y 25.
Con el homicidio estamos perdiendo zootecnistas, domiciliarios, venezolanos, lindos vagabundos.
“Vestía chompa color azul rey, jean azul y tenis blancos”; “estaba descargando un material de construcción”.
Lentamente, recuperemos una mirada amorosa para contrarrestar esta tierra que se amarga con la peor de las demencias: resolver o imponerse con el homicidio.