Esta columna, publicada originalmente en el portal: RAZÓN PÚBLICA, terminó siendo una entrevista en la que el entrevistado es Víctor Raúl Jaramillo, una auténtica leyenda del Metal en Medellín, reconocido y respetado por muchos músicos, escritores y personas de la cultura en general. La riqueza de la entrevista misma, hizo que la columna se convirtiera en una coautoría donde no quisimos transformar el formato de pregunta-respuesta.
- Víctor Raúl, ¿cómo ha sido tu proceso con las drogas?
– Me han interesado las búsquedas de estados alterados de conciencia, aunque sin ninguna presión externa. Siempre he buscado experimentar con las drogas para posibilitar algunas maneras de la creación que no son comunes en un estado de sobriedad. No obstante, la lucidez también puede generar cierto tipo de “desorden”, de desequilibrio. De todos modos, al ser búsquedas voluntarias he tenido la fortuna de declarar el “pare” en momentos críticos, sin obviar el apoyo de los amigos y la familia, cosa que muchas personas no tienen y por lo cual terminan en la espiral de la calle enfrentándose a momentos de angustia, miedo y algunos períodos de locura.
- Vos explicás que has podido “salir” y que hay gente que no lo logra y termina en “la espiral de la calle”. ¿Esos qué? ¿Terminan en el dolor? ¿Qué tanto hay que proteger a otros de esto?
– A nivel orgánico puede haber dolor, el cuerpo comienza a tener cambios drásticos dependiendo de la asiduidad en el consumo y de la droga que utilices. Se pueden presentar temblores, sudores fríos, variaciones en el pulso, taquicardias y alteraciones de los sentidos: ver lo que no existe, escuchar voces que te ordenan cosas, delirios de persecución y otro tipo de alucinaciones. También podrías generar la caída de los dientes (a mí sólo me quedan 21), mutilaciones en medio del viaje, parálisis temporal o definitiva, u otras malformaciones irreversibles.
Pero, sobre todo, se puede llegar a un sufrimiento insostenible que termina en una gran desolación. Esto se debe a que en el momento en que necesitas una nueva dosis y no la puedes conseguir —o cuando ha sido excesiva—, se produce una inmensa ansiedad y caes en una desesperación o en un sinsentido que te agobia al máximo, incluso llevándote a levantar la mano contra ti mismo que, si bien para mí es un acto inalienable y la mayor muestra de libertad y, en algunos casos, de ingenio y belleza, para el común de la gente suele ser una decisión pecaminosa.
Casi siempre se piensa que el suicidio es una cobardía, que la vida ofrece, sin ningún tipo de avaricia, una salida para cada momento de turbación y, entonces, la autodestrucción se sataniza. Sin embargo, cuando se experimentan repetidos estados de paranoia o depresión, de alta locura, las personas que no logren esa salida que la vida tiene guardada para ellas —máxime si son adictas—, o se quedan atrapadas en una contienda inútil padeciendo la agonía diaria donde no podrán vencer, o se tiran de un puente al vacío o se cuelgan de su insatisfacción.
Ahora bien, la idea de tomar “el camino de las drogas” debe responder a cierta claridad con respecto a la voluntad de recuperación que cada cual piensa que tiene o a determinado tipo de aspiraciones para su vida, puesto que la mente y el organismo funcionan de diferente manera para cada uno y algunas personas no tienen ningún tipo de “protección” y, por tanto, no deberían asumir dicho tránsito. Si lo asumen, bien sea por curiosidad o por convicción, tal vez les sea imposible encontrar el nivel adecuado para hacerse a un viaje donde puedan seguir con una cotidianidad más o menos “normal” y caerán en la enajenación o alcanzarán el punto de no retorno y ya no habrá quién los haga regresar.
Teniendo en cuenta lo anterior, es importante saber que las drogas, que en principio funcionan como un aliciente para subir el estado de ánimo o para generar miradas creativas ante la angustiosa vida diaria, y que también se usan en muchos casos como evasión o rebeldía o por el infantil deseo de ser aceptado en cierto círculo social, pueden llevarte al más profundo abismo. Sea por la cuestión que sea que se utilicen, en ellas siempre habrá una cuerda floja que podría no soportar nuestro peso envenenado, un umbral que, una vez atravesado, desintegrará todo lo que solemos ser.
Esto implica ser conscientes de tener una voluntad de vida que, llegado el caso de la caída, pueda devolverte las alas para salir de las profundidades. Muchos no saben de qué se trata esta voluntad y su fuerza, por eso se les hace necesario un punto de apoyo para poder “volver”. Con este tipo de personas —que suelen llamarse “adictos”—, hay que intentar la comprensión y un ejercicio del afecto que resulte realmente efectivo; sin ningún tipo de señalamiento o rechazo que establezca una distancia tal, que sea insalvable la posibilidad de plantear la ayuda al momento en que se haga el llamado de auxilio; hay que crear una red de apoyo entre las personas cercanas de quienes demandan asistencia donde también son importantes las ayudas profesionales; lograr que se asuma la propia adicción como una problema —algunos hablan de enfermedad— si es que se quiere salir de su influjo, es algo que no se puede pasar por alto por las personas que pretendían el salto embriagado hacia la grandeza, esa ficticia grandeza que para algunos fue la bondad de un breve descubrimiento feliz.
Quisiera aclarar aquí que hay muchos tipos de drogas, no sólo hablo de las nomencladas como trampas para la vida socialmente aceptada: negar la variedad y la cercanía de las drogas, es negar que están al acecho. Incluso el amor puede contaminar nuestra tranquilidad si no está acompañado de la aceptación del otro, en su ser un otro diferente.
- ¿Entonces sería importante acompañar a los jóvenes a escoger bien la adicción?
– Yo creo que sí. Es conveniente el acompañamiento y la educación de los jóvenes frente a las consecuencias del consumo de drogas (teniendo en cuenta la salvedad que hice arriba sobre su variada gama de presentaciones), porque los jóvenes son quienes —en la mayoría de los casos— están en la búsqueda de nuevas sensaciones y quieren explorar y experimentar otros estados diferentes a los que la realidad suele ofrecer una y otra vez. Esto ayudaría, si toman ese camino, para lograr un acercamiento o iniciación donde puedan responder con claridad a una “adicción” compatible con su voluntad de vivir que no los prive de un “sano” aprendizaje y puedan ejercer la creación y no sólo el deterioro.
- ¿Cómo has vivido los estigmas en una sociedad que lo reduce a uno a una sola cosa? ¿Te ha preocupado o has sufrido algo de eso?
He vivido algunos rechazos, algunas manifestaciones violentas en varios momentos de mi vida. Pero también he recibido el cariño, la comprensión y la confianza de muchas personas que incluso no tendrían por qué ofrecer este tipo de bondades. Un primer estigma del que fui víctima —como muchos en esta ciudad “santa”— fue no querer ir a la iglesia, reprochar la idea de un dios absoluto. Digo esto porque la vida son muchas cosas, y no importa si tienes dios o no, el respeto debería estar planteado para todas las personas independientemente de su manera de sentir o pensar. Y esto incluye a los adictos que, luego de aceptar ayuda cuando la piden, suelen volver por “el camino recto” de la prédica. Además, una cosa es el consumo y otra cosa es la adicción. La publicidad y las estrategias del mercado suelen llevarnos del primero a la segunda con sus agresivas e insistentes seducciones. Ahora bien, algunas personas tienen un alto grado de intolerancia frente a algunos consumos; otras, expresan su conformidad con varias adicciones. Todos lo sabemos.
- Háblanos un poco de la muerte de los marihuaneros.
– Un muchacho que haya sido visto fumando marihuana, a pesar de que estudie —si puede—, o haga teatro o grafitis, es tratado como un adicto; en cambio un señor de esos de familia que se emborracha todos los días, es un “señor” sin queja alguna, porque genera ingresos en una empresa o en un almacén. Otro ejemplo, está en quienes abusan de las mujeres o de los niños y “nada está mal”, desde que no se haga público porque, claro, son personajes públicos y “detrás nos vamos todos”. O también los que siguen estafando a las personas humildes con promesas mentirosas desde sus lugares inaccesibles, diciéndoles que necesitan consignar otro millón a la cuenta del cielo para poderles cumplir. Y todos en silencio, sin queja alguna, esperando el “paraíso” año tras año con una obediencia que no me explico.
Hay adicciones al poder, al dinero, a la popularidad, al sexo y otra gran variedad que se suelen tomar como “beneficiosas”, por ejemplo, al trabajo o a la “cercanía” siempre intangible de algún dios o a ese nuevo contagio que son las redes sociales. De alguna manera todos tenemos alguna adicción, y entre ellas podemos incluir la lectura, viajar por el mundo, la búsqueda de un cuerpo siempre joven y saludable, incluso podríamos afirmar que somos adictos a la vida.
Pero retomemos el caso de ese muchacho que fuma marihuana y del que ya hablamos arriba: supongamos que ese muchacho se dedica a visitar pacientes terminales en los hospitales y les ayuda leyéndoles poemas, está comprometido con su tarea 8 horas al día; el resto del tiempo lo dedica a estarse en un parque escribiendo los poemas que les lee a los enfermos y a dormir, y, si por alguna razón llega a ser asesinado, todo ese tiempo se invisibiliza —como lo hicieron con él— por el solo hecho de que fumaba marihuana cuando llegaba a casa antes de dormir y antes de salir para el hospital después de un café y una tajada de pan (quizás una señora de su barrio dijo que era por esa razón que lo habían matado).
- Pero ahora quisiera cambiar el rol, y preguntarte a ti, Lukas, qué piensas de esto último. ¿Aún matan jóvenes porque fuman marihuana en la esquina?
– La verdad es que en Medellín no están matando marihuaneros: matan personas que, entre muchas cosas y acciones, gustan de fumar marihuana. Se trata de jóvenes populares —casi siempre— que habitan en lugares periféricos, muchas veces guetos y casi siempre territorialidades criminales. A lo que nos referimos es que la víctima puede ser definida en su carácter, y hasta se puede justificar su homicidio por ser un fumador de marihuana. La incomprensión y los prejuicios puestos sobre el consumo de drogas, divide profundamente a la ciudad entre clases, poderes y generaciones, haciendo que uno de los rasgos con los que se baja el costo moral y cultural del homicidio, sea un rasgo tan trivial como cuando se escucha decir: “lo mataron porque fumaba marihuana”.
Pero la cosa se vuelve más grave cuando esto se reproduce en el discurso de policías y de quienes toman las decisiones en el gobierno con explicaciones técnicas de vulnerabilidad y “conductas de riesgo”, o con tesis tan trasnochadas como que un consumidor de marihuana es de facto un ladrón, pues, “los vicios (mate-máticamente) crean delincuentes”. Y esto nos hace pensar que la incomprensión —producto de la ignorancia— ha sido el camino del prohibicionismo ejercido por el control y ha terminado deshumanizando al consumidor. De esa manera, éste se ha ido convirtiendo en un estorbo para el desarrollo de la sociedad y se lo tacha como “desechable”. De esa forma es estigmatizado y “borrado” para proteger la vida de los que producen el crecimiento de la “gente de bien”. Sin ningún tipo de objeción. Matar, sea por que se fuma marihuana o por otro tipo de acto, sigue siendo natural en esta ciudad contradictoria de helicópteros y ganas de paz.
- ¿Y qué piensas con respecto al insípido debate sobre las drogas? ¿Es una tarea únicamente legal?
Creo que aportar al debate sobre las drogas, es también proponer que se hable de un mapa emocional desde donde surge el deseo de drogarse. El debate de la seguridad y el debate médico —desde un curador distante—, le han quitado un rol en la discusión al consumidor que debe callar esa sensación de vacío que estimula su consumo. Esto cobra relevancia si entendemos las historias de vida de quienes consumen desde temprana edad y —más que horrorizarnos e insistir en medidas inapropiadas para que un preadolescente no pruebe una droga dura o altamente adictiva— hay que volver a discutir todo lo que estaba mal en la vida de ese muchacho al momento de consumir.
Es también una oportunidad para devolverle un dominio sobre su propia manera de vivir. Esto implica poner a un lado el incesante señalamiento que ofrece el conductismo sobre los entornos y las influencias externas, reconociendo que son importantes las razones emocionales que lo llevaron a buscar un refugio afectivo en la plaza del barrio. Sentimos que el debate actual sobre las drogas está colonizado por ideas como que el consumidor es una persona débil, un perezoso, un “bueno para nada”, trivializando así los sufrimientos, las penurias y los motivos que lo llevaron a una historia de consumo —convertida ahora en una adicción incontrolable— como defensa o como protesta.
- Por tu parte Víctor, y para cerrar ¿qué piensas sobre ese nivel afectivo que muchos de nuestros muchachos no tienen?
– Las adicciones merecen una mirada sensible, una posición que las identifique —cuando son realmente una desgarradura— como un asunto de salud pública, no como un blanco para el francotirador de turno. Es un momento donde deberíamos poner a prueba nuestra madurez: aceptar cada una de las posibles desviaciones que hemos originado con cara de bienestar, y cómo hemos provocado la caída de nuestros jóvenes por no aceptar, que cada día que pasa, muchos de ellos están siendo acordonados por nuestra indiferencia y maltratados con la frialdad frente a sus llamados de atención.
Necesitamos sentarnos a dialogar con ellos, a incentivar en ellos un camino de creación y búsqueda de potenciales y efectivas relaciones que los acojan tal y como son; propiciar una sensibilidad que no sólo exija su arrepentimiento y la vuelta a la maquinaria de producción, sino que les ayude a aceptar esa persona que vienen siendo sin estigmatizaciones ni balas que lo quiten de en medio. Es hora de decirle al adicto: “bienvenido”.
Concepto e imagen: Lila Ganesha Coronado
Arte digital de Hew Meller Steinadler