Para Jonathan Pérez
El sentido común
es difícil de encontrar,
pese a su nominación.
Debería llamarse,
no “sentido común”,
sino el “sentido escaso”.
Quizá eso le dé posibilidades
a nuestro hallazgo.
Irse por donde nadie (antes) se animó,
no quiere decir
que tomar caminos impensados
sea una herramienta
para comprobar el paso del tiempo,
la manera en que un animal incompleto
alcanza la cima de la montaña.
Un cuenco de cerámica
no siempre comprueba
las ventajas de levantar tierra
y permitir que los muertos
vuelvan a ser nombrados.
Es más la afirmación
de un impulso
que está ligado al destello
y que probablemente
nada tiene que ver con la fe.
Pues la “fe”
—ese motor de lejanías
que inspira a personas silenciosas—
no determina que un avance científico
o su demostración
esté en el marco de la espiritualidad.
Una cosa es la filiación religiosa,
y otra la inteligencia
de quien “descubre” los misterios del Cosmos.
Así abrimos puertas
que antes hemos cerrado.
De tal modo
la naturaleza es cercana
pese a nuestra impuesta sospecha.
El sentido escaso
nos lleva por caminos
poco comunes
que otros llaman:
“el lugar de la intuición”.
Ir sin brújula
por extrañas geografías
que no están determinadas
por el cálculo,
sino por un aguijón
que pica y pica y no sabemos su porqué,
es lo que otros quieren evitar.
El sentido escaso
es un llamado que algunos
necesitan y liberan
para alcanzar la bravura
de ir en contra
de los presupuestos dados,
de encontrarse
con límites que abrirían fuentes
donde el futuro podrá beber.
El conocimiento
no es estar sentados en una teoría,
ni mucho menos.
Es ir a tropezones
revelando
y dando forma
a la arcilla que en nuestras manos
ofrece respuestas habitables
y siempre cambiantes.
Resonancias del paso a paso
por los acontecimientos
que inauguran mundos.
Somos falibles
como el conocimiento lo es.
Para llegar a una temporal seguridad,
no necesitamos métodos estrictos
ni de una mirada concluyente.
¿Suena absurdo?
Basta con caminar
y aguzar la piel que el agua roza
entre conceptos ciegos.
Una barca se hundirá
al primer golpe de olas
para obligar al nado
en busca de una playa inhabitada.
Allí levantaremos una casa.
Quienes bucean en dudas
y aproximaciones, lo saben.
VÍCTOR RAÚL JARAMILLO