Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

Por Natalia León y María Alejandra Ramírez*

Desde muy polla, Yason se entregó al centro, el Parque de Bolívar se convirtió en su casa. Vendía chicles y reciclaba, y a los 9 años empezó a “hacer ratos”. Descubrió que la calle no era fácil; recibió su primera puñalada, un puntazo, y escuchó los gritos de su mamá cuando, a plena luz del día, la vio vestida como Guadalupe por primera vez.

Son las 2 de la tarde y el Parque Berrío, como todos los días, está en movimiento. Desde la entrada del Palacio de la Cultura hay unas rejas que encierran todo el Parque Botero y promueven títulos cómo “centro consentido” y “Medellín enamora”, con la excusa de dar más seguridad. Los policías rodean todo el lugar, y, aun así, los únicos que se atreven a caminar despreocupados y a sacar sus cámaras profesionales son los extranjeros que en realidad no se percatan del peligro que habita siempre en esta zona. Los músicos de la Red de Escuelas de Música ambientan el lugar con su ensayo para el concierto que se dará en el Museo de Antioquia. Mientras, las trabajadoras sexuales, recostadas en las gordas de Botero, esperan pacientes, bajo un sol incandescente, a sus futuros clientes.

A lo lejos se acerca una mujer de baja estatura, morena y de cabello rizado. Lleva un vestido gris, corto, para evitar que la tela roce una quemadura que días antes se hizo con el mofle de una moto. Se acerca sonriente y dice:

–¡Cómo estás de linda! –tiene una voz que es grave y dulce. Es Guadalupe-. Mejor subamos al Parque de Bolívar.

Al Parque Berrío y el Parque de Bolívar los separan siete minutos a pie. El camino es por toda la avenida Palacé. Ella recorre las calles con total seguridad, como si estuviese pasando de la sala a la cocina de su casa. No lleva tapabocas, dice que no cree en eso, lleva toda la pandemia sin usarlo y no le ha dado nada. Tampoco se piensa vacunar.

Al atravesar la avenida Maracaibo, a una cuadra del Parque de Bolívar, el calor y la sed la empujan a una cigarrería. Sale de allí con un Pilsenon en mano y unos choclitos para calmar el antojo.

Ya en el parque, en busca de sombra, se sienta en una banca desde la que se observa el Pasaje de Junín.

— A los 9, mucho antes de ser trans, llegué al centro y me mantenía aquí. En ese tiempo me le volaba a mi mamá, me le robaba la ropa a mi hermana y me vestía de mujer, y cuando me iba a ir para mi casa, me volvía a cambiar, ¿si me entiende? —

Lupe recuerda cuando su mamá la vio por primera vez vestida con blusa y falda corta desde la chaza en la que vendía tintos y cigarrillos. Se puso furiosa y le gritó.

— En mi casa nunca hubo rechazo hacia mí, porque desde muy polla tenía rasgos femeninos que no lograba entender. Sentía atracción por la ropa femenina, quería verme como una niña y jugar con juguetes de niña. Incluso llegué a un punto en que me daba piquitos con los niños de la guardería. —

Foto tomada de su perfil de Facebook

Mientras termina de comerse los choclitos y presiona una y otra vez la bolsa en sus manos, se describe a sí misma como una chica problema, inquieta, autónoma e independiente.  

Nunca necesitó, ni pidió permiso para nada, ni siquiera para a los 9 años hacer su primer ‘rato’. Hacer ratos es prestar un servicio sexual, y la primera vez que lo hizo se dio cuenta que así ganaba más que vendiendo chicles. Desde entonces espera cada noche por un nuevo cliente, algunas veces cuenta con suerte, pero en ocasiones se encuentra con hombres que solo quieren hacerle daño.

Lupe recuerda, tranquilamente, cómo hace unas horas tuvo que correr de un hombre que la montó en su carro y la llevó a Rionegro, para luego bajarse a perseguirla con un machete, y eso, porque no fue capaz de sacar la escopeta recortada que también tenía preparada. Nadie la ayudó, ni siquiera cuando llegó corriendo y gritando que la querían matar después de un trayecto largo hasta Marinilla.

— En estos días yo escuché las palabras de un man que decía que él estaba acostumbrado a matar a dos o tres diarias. También, ahora salen en grupitos en un taxi; uno se monta atrás y uno adelante, entre los dos van y le hacen el chanchullo a la pelada, la matan y por allá la dejan.—

Guadalupe ya sabe reconoce a los hombres buenos y los malos. Cree en las energías y confía en que la calle la ha preparado para escoger a los clientes con buenas intenciones por encima de aquellos con caras pesadas, de psicópatas, hombres que quieren la chupada o tener sexo sin condón.

No solo desconfía de los hombres. La experiencia le ha enseñado que otras trans pueden violentarla si se dan cuenta de que ella está en su zona, que es más bonita o que consigue más clientes.

—Me decía una amiguita: “Parce entre trans debieran apoyarse, pero mor, yo veo que entre ustedes se hacen la guerra”. Es así, siempre ha sido así.

***

La chica problema, la autónoma, la inquieta, la independiente, la curiosa, la trans, la feminista, la drogadicta, la bonita, la vendedora de dulces, la de los ratos, la religiosa, la cualquiera, la morena, la peleonera, la de las energías, la puta, la del monte, la del Picacho, la incrédula, la espiritual, la antivacunas, la fiestera, la leal, la guarachera, la borracha, la niño, la loca, la indecente. Esta es Lupe, o lo que dicen de ella.

*Este artículo se redactó como ejercicio de clase en el curso de Reportaje de la carrera de Comunicación Social de EAFIT.