Montañas de pilas para celulares, tabletas, muñecas, carritos, bicicletas, cuadros, joyas, ropa en todas las tallas, colores y formas; implementos para construcción como llaves inglesas, paletas para cemento o hasta cascos amarillos de seguridad; planchas y encrespadoras para el pelo, gorras, gafas y hasta cámaras análogas, esas que sirven con rollo y no con memoria; en los Puentes existe una variedad de objetos para comprar y con precios baratos.
La zona se ubica entre las estaciones del Metro Parque Berrío y Prado, desde la calle 53 hasta la 57 a un costado de la carrera Bolívar. Antes, los vendedores habitaban las plataformas A y B del Bazar de los Puentes, un espacio que estaba sobre el deprimido de la avenida Oriental al frente de la estación Prado, pero en 2014 en un operativo en el que sacaron a al menos 400 personas del sector, los comerciantes se quedaron sin un lugar para trabajar. En 2016 les hicieron la promesa política de la renovación y reubicación. Aún es una promesa sin cumplir.
“Decían que en la zona había mucha droga y robos, esa fue una de las razones por las que decidieron terminar con ese lugar. Era un espacio muy particular, tenía pinta de un gran bazar persa”, explica el periodista e historiador Reinaldo Spitaletta.
Un Viaducto de contrastes
El historiador cuenta que a quienes se dedicaban a vender lámparas viejas y herramientas, se les conocía como quincalleros. “Ellos se ubicaban en Guayaquil y en la calle Díaz Granados junto a la plaza, el lugar era repleto de gente que vendía mercancías de segunda, era extraordinario mirarlo”.
En los años 80, cuenta Spitaletta, en el país inició la crisis por la pobreza y la caída del mercado. Eso se reflejó en el centro de Medellín, lo que hizo que la gente saliera a buscar cómo llevar comida a su casa, nuevas zonas para trabajar y que las familias más adineradas se fueran del sector.
Como pasó con la calle 57, La Paz, que hace 40 años era completamente diferente a lo que es ahora. Era residencial, de clase alta y una zona distinguida. “Con el tiempo se deprimió por la situación económica de la ciudad, las mafias, las ollas de narcotráfico y microtráfico, y ya es un sector desordenado”, recuerda Spitaletta.
Los matices de Los puentes
Los Puentes tiene un aroma particular, la combinación de olores callejeros con amoníaco y urea invaden el ambiente; cada 10 pasos hay una escena diferente. Tiene un color único: cortes de pelo desde $3 mil, venta de aguacates con la promesa de abrirlo y encontrarse un chicharrón en vez de la semilla, jóvenes respirando una pequeña bolsa negra con residuos de sacol y otros más ofreciendo la nieve de este país tropical. Los Puentes es un lugar de matices.
La calle está repleta. La gente busca intensamente lo que llegó a comprar, otros tantos caminantes ofrecen productos a los vendedores para ganar un poco de plata. Normalmente Fabio llega a su espacio a las 6 de la mañana y allí se queda vendiendo hasta las 5 o 6 de la tarde. “Ya después se vuelve una zona peligrosa, entonces prefiero encerrarme en mi casa”, dice sin quitarle un ojo a su mercancía.
Él asegura que elige con mucho cuidado lo que venderá. Entre sus tesoros hay botellas de Coca Cola tamaño miniatura, cervezas de diferentes partes del mundo y recogiendo polvo, tan viejas que parecían las primeras producciones de sus casas cerveceras, y hasta un par de dildos para momentos placenteros en solitario o con pareja.
Cuando termina su jornada, empaca sus productos sin vender en un carrito de supermercado y lleva su mercancía hasta una bodega que le cobra $3 mil la noche para al día siguiente vivir su rutina.
“En Prado centro no roban”
Desde los siete años Rodrigo recicla y vende en el sector. A sus 67 aún lo hace porque eso le dio una casa. Es inteligente a la hora de comprar porque no todo se vende y no todo le interesa venderlo.
“Por ejemplo, los cables y cargadores, si no los vendo aquí los reciclo y los ofrezco como cobre, los objetos que tienen pasta también se van para reciclaje, las antigüedades las llevo a un almacén porque esas se demoran un poco más. No compro gorras, eso nunca se vende”, enumera Rodrigo.
Su rutina es desde temprano hasta las 2 de la tarde, a esa hora empaca la mercancía en unas maletas antiguas, cuadradas, una azul y otra negra, de esas que se ven en las películas viejas, las monta en su carretilla y las deja en una bodega que le cobra 5 lucas la noche.
Rodrigo se parcha en su espacio y se pone metas a cumplir. En los días malos se hace $60 mil, mientras que en los buenos, $200 mil. Trabaja tranquilo porque sabe que no le pasará nada, a él o a su mercancía.
“En Prado centro no roban, la gente sabe que si lo cogen robando les va mal”, asegura.
Los Puentes no tiene la mejor fama, pero como lo dijo Spitaletta: “Es un lugar representativo de una situación económica de un país, en otras partes esto será exótico, una curiosidad, pero aquí es porque hay que reciclar muchas cosas, porque es el rebusque y la reutilización de los elementos”.