Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

Cuando uno está solo se mueve ligero y puede virar en cualquier dirección si es lo que prefiere. También puede quedarse uno ahí parado en cualquier esquina y ver como pasa el tiempo que lo devora. Asumir que no se puede hacer algo por el propio crecimiento y engrosar las filas idiotizadas que van a la caza de quienes sí tienen una tarea vital para darles su golpe de gracia, es la venganza de los abatidos.

Es una tarea difícil esa de la soledad y llevar una vida auténtica, sin remilgos, alejados del corre ve y dile, conservando la distancia con prudencia, cultivando la amistad. Ir luchando contra sí mismo acelera el desfallecimiento si no se aprende a lidiar con los demonios y fantasmas que se traen consigo y que insisten en hacernos añicos. Creo que no hay ningún cuestionamiento sobre esto.

Las cruzadas interiores que no se enfrentan con valor se convierten en amenaza, en malos tratos hacia lo que uno es. Pero si tomamos la vida con decisión, sin miedo a lo que nos habita, pensando con claridad, conscientes de que lo correcto en algunos casos no lo es en otros y que la verdad depende de ciertos contextos, de variables y acuerdos, las prédicas gangrenosas y sus predicadores se van perdiendo entre el polvo y dejan de servir. Así se hace uno libre y puede vivir sin necesidad de esas personas que solo tienen como aliciente esparcir su veneno y condenar a quien les da la gana.

Como una luz dudosa vamos por el estrecho camino en que cada palabra o acto puede desembocar en las burlas de los vigilantes de la colmena, en los policías de la vida ajena, enfebrecidos de sangre negra. Es su respuesta a querer ser “grandes” y no poder. Entonces se puede ser víctima de agresivas ironías y humillaciones, pues, al fracasar en su íntima realización, señalan y preparan el ataque de su frustración.

Ese rasero es la inevitable destinación para cada uno de los seres que trabajan en silencio con su propia manera de hacer obra, que llevan la vida con su personal criterio, batallando con su sombra. Viendo como se agitan banderas improbables por la gran masa: ese desorientado coro de voces embrutecidas, rebaño de los que “encajan”, círculo de aquellos que pierden su voluntad, el criterio. No sabría decirlo de otro modo: lo que debe ser la vida es una burda especulación, pero fabrica seguidores del engaño.

Y se nos pasa el tiempo y perdemos la oportunidad de llegar a ser lo que en verdad somos (si es que podemos ser algo), porque no aprendimos a ser libres, a vivir nuestra propia vida sin que importe la de al lado. Y nos dedicamos a empantanar a quienes son diferentes, a derrumbar lo que en ellos es digno de entrega, a nublar sus momentos de alegría obligándolos con artilugios hipócritas a beber la bilis que amarga la existencia.

Después de todo, protegernos de la inminente aniquilación con voces de hermandad y buen trato, tratar de crear un vínculo que nos cuide con la mutua ayuda, levanta sospechas y despierta susceptibilidades porque la mayoría solo quiere comer de los otros y, por tal motivo, hay quienes se hacen al rincón esperando que la escupa caiga en la cara de quienes escupieron. Hablar por hablar, con malas intenciones, no es lo que anima a los solitarios que se hacen en la cola del mundo, esperando el desenlace de la mascarada. Y la mandíbula se abre y busca presa fácil para alimentar a los cachorros que maman leche agria, pero se pierde el rastro y el hambre crece.

Mientras esto sucede, llenos de envidia, con antojo por lo que no les pertenece, empecinados en anular las victorias ajenas, con el único propósito que dañar y ver caer, algunos incapaces de enfrentar lo que son y aceptar el combate interior, obedecen a “líderes” nefastos que los lanzan contra terribles enemigos. Y se sienten respaldados y afilan sus garras hasta que tropiezan con la mentira y pierden el necesario sostén, el último aliento, la posibilidad de vivir la propia vida con sus altas y bajas. Y caen, van cayendo. Hechos despojo entre nada y nadie.

No son necesarios los nombres, pero dejo el mío.

VÍCTOR RAÚL JARAMILLO

Medellín, 11 de septiembre de 2022

Fotografía de GRUK ÁLVAREZ