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Brenda Vanegas y la calma en el remolino interior

La obra cinematográfica de Brenda Vanegas está llena de gestos que se dibujan desde el silencio, ella mira desde una posición muy clara, esa luz es la duda decantada y parece que no tuviera prisa; es la ausencia de la prisa que da la falta de pretensiones.

Más allá de estudiar comunicaciones en El Salvador y de una maestría en cine en España, es entusiasta en señalar las personas claves en su proceso: recuerda con muchísima emoción cuando  Francisco Quezada le prestó la primera filmadora y el espacio que le dio; le reconoce a su colega David Pinto ser con el que encontró el rigor y a Jacinta Escudos la arista que le enseñó la capacidad de volverse otra, de ser lo que quiera o cambiar con la obra -porque el artista puede estorbar-.

“Me ha interesado contar la memoria íntima, la de las abuelas: No hay relato más sentido que alguien que te diga lo vi, me pasó, fueron así las cosas (…)”.

Su público puede conocer una forma minuciosa de retratar a la mujer y a la migración, todas historias íntimas que narran los problemas de un continente y el alma de un mundo, pero emejor esa insistencia en las mujeres, cuando nos cuenta un proyecto en el que está actualmente trabajando. Los últimos meses ha entrevistado a mujeres mayores, algunas incluso ancianas, todas sobrevivientes de la masacre de El Mozote. Y lugares aledaños. Con la brutalidad anti-insurgente de “quitarle el agua al pez” hubo en aquella masacre quema de todo lo vivo y lo no vivo: 1000 personas entre los que la mayoría eran niñas y niños, mujeres, familias completas, quema de todo. Animal vivo, de los cultivos, de casas y de todo lo que tenía ese pequeño asentamiento.

“A estas mujeres un día llegaron y les quitaron todo”.

Brenda llega a registrar la ruina, lo que por alguna razón sigue en pie; es acogida por unas mujeres y para ella es un gran honor y responsabilidad.  Cree que estas mujeres -ya ancianas- sobrevivieron porque estaban embarazadas: un instinto maternal tan fuerte de irse dos o tres días antes del pueblo y así preservar la vida. Dentro de esas mujeres hay muchas que perdieron a sus propias madres y hasta las fotos de ellas fueron quemadas; es “la historia de sus madres masacradas”

El filme inicia con las mujeres construyendo unos pequeños altares para tener donde llorar los muertos y nos reseña la conversación con una de ellas que le cuenta que de su mamá le quedó tejer.

“A mí es que no me quedó nadita, nadita de mi mamá, sólo me quedó la enseñanza del bordado, (…) entonces yo bordo porque es el recuerdo de ella”.

Dar clases en una universidad costosa la ha ayudado a entender otros sufrimientos -de esa minoría que no migra-. Dolores como los de estudiantes que tienen un gran dolor porque no le pueden decir a sus familias que son homosexuales. Empieza a interesarse por el movimiento LGBT y por las mujeres transexuales que ve en una esquina. ¿Qué es lo que normalmente se ve en esa esquina? ¿Una trabajadora sexual o las múltiples heridas diarias y la histórica violencia que carga con silencio la mujer heterosexual o transexual?

“Estamos súper rotas y ahora toca remendarse y tener la valentía de remendarse”.

El Salvador del 2019 sigue atravesado por políticas de mano dura y aún no se ha terminado de encontrar en sus dolores, en tramitar toda esa tragedia histórica que pareciera que en Latinoamérica nos estanca en espirales de miles de guerras adentro.

“Siempre esta sensación de represión. De una violencia justificada, porque obviamente es lo que genera más violencia”.

Hay una memoria a la que no se han atrevido a mirar, una memoria que para ella es tanto social como íntima, que la interpela por no querer hablar aún de cosas de su niñez, y que posiblemente la única forma o el único lenguaje para empezar a sacar todo eso -de una forma digna-, en un flujo o goteo, es la obra artística.

“Es muy duro ver esa herida y hacer algo por sanarla, es más fácil seguir sangrando, a decir ya no, ya tengo que parar este dolor, porque obviamente parar el dolor te implica un dolor más fuerte, porque es en la memoria encontrarte con ese dolor y ese sufrimiento y ver qué hacés para sanarlo”.

“El Salvador es un país muy herido. Como salvadoreños somos una población con las alas rotas y eso es bien duro de sobrellevar, pero sobre todo es bien duro de sanar, porque no hablaste de los dolores, porque uno no habla de los dolores”.

Vanegas le habla a El Salvador, porque hay un compromiso de arreglarse desde adentro, desde las entrañas donde palpita el arte, y crear un reconocimiento o juntanza entre personas que no se estaban ni mirando, solucionar esa separación del otro que también es de sí mismo .

“No me pongo a pensar mucho en quién es el público de mi arte, pero sí pienso que hay una breve dedicatoria a los que menos saben de estas historias”.

Brenda nos dice que el salvadoreño y la salvadoreña se ve como una persona alegre, muy hospitalario, pero también está el silencio. Ella por sí misma no se ve atraída por la alegría, sino por una fuerza creadora que ella alinea en el miedo, la duda y el silencio.

“(…) No me seduce en nada la alegría, no sé, me seduce más el silencio, como el miedo, como la duda, porque creo que estoy más en ese espectro de las emociones. Sin embargo, al tener la palabra escrita o la imagen para poder comunicar esto, sí he tenido una conexión muy estrecha entre lo que estoy sintiendo y lo que estoy comunicando”.

“Del miedo y de la duda, son quizás los temas. Yo antes renegaba mucho de la duda por la inseguridad, pero me he reconciliado con la duda y saber que está muy bien preguntarse las cosas varias veces, hasta que tengás la calma de que estás más o menos en el camino”.

El método parece ser la duda y con esta va decantando sus investigaciones y va ajustando la poética, imágenes y las voces en su cine. El tema sí es el miedo: en un país como El Salvador ella logra desnaturalizar el miedo y así vencer el miedo al miedo y ponerlo en el lugar de la creación.

Sin embargo, ella puede ser más reconocida por abordar el tema de las migraciones y eso nos lleva a su propia vida, viajando un par de veces a EE. UU en la búsqueda y el reencuentro con su madre. Tuvo la experiencia como mujer migrante y su primer cortometraje lleva el nombre de su madre: Paula. Esta historia muy personal se vuelve de un colectivo o de un movimiento social y casi que universal.

Ha tenido un propósito de que su obra ayude a entender el padecer de una  mujer migrante, pero también en encontrar a esa misma mujer en la empleada que tengo en mi casa. Nos explica que las razones para migrar y la experiencia de migración de una mujer son totalmente distintas.

El Salvador tiene todo un país afuera y la diáspora continúa con fuerza en el 2019. Aunque algunos estudios señalan que la principal causa es económica, esta directora sostiene que -a pesar de que la pobreza se mezcla en la victimización siempre- la principal causa es la violencia.

Ella insiste en El Salvador como pocas, pero su alma busca reunir elementos mucho más allá y nos dice que se siente más latinoamericana que salvadoreña. Esta sensación se vuelve en una estrategia cuando dice que no es posible solucionar nuestros grandes problemas así de fragmentados.

“Nos han dicho tanto que nos preocupemos por nuestro metro cuadrado que no logramos ver dos calles abajo y, así, no funcionan las cosas”.

Latinoamérica “es una fuerza”, es “una ola” y encuentra en común las migraciones y sobre todo las guerras adentro, pero también un arreglo simbólico con García Márquez para encontrar esa mujer anciana -que es siempre la misma y cuenta la misma historia- para encontrarnos, simplemente -y por fin- mirarnos-.

“El arte, no tanto el artista (…), sí puede llegar más allá”.

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Fuentes

  • Entrevista a Brenda Vanegas en El Salvador, 2019

 

 

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