Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

La Poeteca y sus ojos para que todo siga pasando

Un corredor largo, un par de salones, bonitos baños, una amplia recepción y apenas una salita cómoda, con grandes sillones, pero todo un símbolo y una colección: La Poeteca.

“Puedes entrar, tomar un libro. (…) Ven reúnete aquí, siempre vas a tener café, puedes estar a tus anchas, nadie te va a señalar, nadie va a estar encima tuyo.  Es un espacio en donde de alguna manera tienes que tratar de liberarte, de despejarte. Y yo creo que poder ofrecer eso es algo importante”.

Quien nos explica es Ricardo Ramírez Requena, director y co-fundador, pero además poeta. Nos dice que siempre que la Poeteca tiene que ser “el lugar donde nadie te jode”.

Este lugar en Caracas es una reserva, una burbuja o un respiro para volver a lo importante, a la creación y a la expresión -no calculada y que no sirve para darle gusto a nadie-. Un recipiente para guardar poesía no es distinto a ningún otro cántaro, a pesar de que todo el compromiso está en mantener los bordes, vale por el vacío, su boca y el fondo. La Poeteca vale por la elegancia tranquila con la que logra que la habiten y le deje una huella poetas del mayor valor.

La Poeteca nació en el 2018 y en el 2019 es un resquicio en un segundo piso, entre unas torres. 300 personas la habitan a pesar de que estaba “cancelada la noche” en la ciudad, casi nadie podía pagar taxi y el transporte en general se complica por la época de esta entrevista.

“En esta coyuntura la gente necesita espacios“ y ellos han ido más allá de la poesía con cursos, talleres, prestamos de espacios y presentaciones de libros. En el equipo y sobre todo rodeando el preciado vacío (que nos contiene) está Marlo Ovalles, Santos López, Yolanda Pantin y Jacqueline Goldberg -esta última con la gerencia editorial, que es una rama interior del proyecto muy importante, para no solo encunar, sino publicar-.

La Poeteca no se puede alejar de su momento histórico y el momento define el acto que le concede su naturaleza también de insistencia y terquedad. Leen a diario el difícil momento económico y la represión.

“Una cultura minera en términos del Lejano Oeste, en algún momento vamos a ver gente comprándose una cajetilla de cigarros con una pepita de oro. Como ocurre en la región de Guayana, en el Amazonas, hacia el oriente del país, donde las medidas para comerciar son teléfonos celulares, euros, dolares y oro. (…) Entonces una economía minera no tiene sentido de los límites, y por supuesto no tiene una lectura de la ley, la ley es don dinero. Nosotros estamos sumidos en un país que tiene unas líneas autoritarias manifiestas, con un programa que dice que es socialista, que siento que es bastante criminal, y que se apoya en una represión feroz, en particular de las clases populares, que todavía cuesta rastrear la cantidad de arrestos como en Río de Janeiro (…). El FAES es eso”.

Preguntamos sobre el maltrato, sobre un sistema que nos trata “como animales” y nos lleva a tratarnos brutalmente. El contraste de las maneras, del arte de dar la bienvenida, de un encuentro con personas de muchos lugares y muchas edades de la ciudad. Un refugio en un año en el que hasta las universidades se tambalean y muchos se habían tratado como enemigos en los días pasados del desespero.

“Lo que le escuchas mucho a la gente: ¿En qué momento nos convertimos en animales?”.

Ricardo es otro más que compara a Venezuela con Siria: en el mismo viaje muchos hablan de las obras teatrales que se presentan, de las publicaciones, los encuentros y la voz de los artistas en Damasco -que aunque los medios internacionales no alcanzan a registrar, otros artistas en todo el mundo sí y  la población siria aún más-.

Las presentaciones, los documentales, las publicaciones y el cine “no te quita el hambre, no te quita una enfermedad, pero es un refugio y eso puede ayudar a aguantar el golpe, y el hecho de que exista es lo que nosotros desde el arte podemos hacer. No somos médicos, no somos ingenieros, no somos militares, ni somos espías de la CIA, no somos entrenados como francotiradores, ni para envenenar a nadie, pero podemos hacer esto”

Ricardo o -como nos gusta también decir- La Poeteca permite entender una historia, que como nos explica no es la que cierra hospitales, engorda ejércitos o pavimenta calles, pero sí es la que da las pistas de una forma de pensar. A Venezuela le pasó lo que, a muchos países de Latinoamérica, y es que se “despegó de la región”. Las migraciones fueron muy importantes, pero el relato del eurocentrismo y luego de EE. UU eclipsó lo latinoamericano que habitó y atravesó el país.

“Hay una idea redonda a través del tiempo de llegada por diferentes motivos y circunstancias de los países Latinoamericanos y como imaginario lo europeo (…), luego cambió a los EE. UU (…) por la industria petrolera y en nuestro imaginario a partir de los años 90’s Latinoamérica cambió: narcotráfico (…), en el caso de Perú con Fujimoro. No había una relación de que alguien en Caracas dijera voy a ir a Bogotá. ¿Para qué? ¿Para que me toque un carrobomba? A partir de los 90’s esto empieza a cambiar cuando se empiezan a plantear las renovaciones de ciudad (…), desde el contexto las ciudades sostenibles, las líneas de la UNESCO y los ODS”.

Tampoco se puede olvidar que los migrantes europeos llegaron huyendo de dictaduras y de la guerra en medio de la pobreza y que su contribución fue con cultura y trabajo. Llegó un momento en la segunda decada del siglo XXI donde los ciudadanos extrañaron lo que daban por sentado: el gran número de bibliotecas independientes llevadas por españoles, portugueses y uruguayos, pero también la red de bibliotecas, los teatros y la red de orquestas infantiles.

“Venezuela desarrolló el sistema de bibliotecas más completo de América Latina en 20 años, Venezuela desarrolló el sistema de museos más completo de América Latina y con la mayor variedad de artistas que pudiera haber en esos museos (…); estableció el festival Internacional de Teatro que se convirtió en un paradigma que fue emulado por el resto de América Latina, creó editoriales inspiradas en el fondo de cultura económico de México -como Biblioteca Ayacucho y Monte Ávila Editores-; creó el sistema de orquestas infantiles y juveniles (…)”.

 

Curiosamente, como lo señala Ricardo, Venezuela también tiene un gran problema de autoestima (por lo menos en la cultural): logró muchas cosas, dejó de fijarse en sus vecinos por periodos y casi nunca se ha promovido como la fortaleza artística que ha sido, porque tampoco ha consumido con atención y valoración su propio arte.

“Venezuela ha tenido su futuro en su pasado”.

Ramírez Requena es un convencido de que la mayor fortaleza del país, sin estancamientos históricos, ha sido la poesía, pero también nos da un recuento de artes cercanas (artes que parten de un texto) como la novela, el cine y el teatro, mencionando que el mejor actor -y digno de apreciar-  es Luigi Sciamanna (también escritor y director de teatro), que es necesario leer a Israel Centeno y que la mejor novelista es Victoria de Stefano.

“Para mí, ante todo, la obra de Victoria de Stefano (…). Su gran novela es Historia de la Marcha a Pie. La narrativa de Victoria de Stefano no tiene nada que envidiarle a ninguna obra narrativa de los últimos 40 años, y me atrevería a decir que más allá. Victoria de Stefano es nuestro crack”.

Los ojos de la Poeteca son los ojos para entender un ecosistema en el que se puede respirar, una historia de la cual se puede hacer parte -sin bromas que humillen o hieran, por más que también esté el fracaso y siempre la nostalgia-, pero también son los ojos con los que Ramírez Requena hace poesía.

“Va lenta la semana. Nos gusta dejarnos para más
tarde, la lucidez a la mano con el pánico.
No somos la historia de nadie: un andar doliente
de promesas por los espacios del herraje, mientras
nos gritan, nos gritan y nos lamen las orejas con
susurros destrozados un disfraz de alegorías,
un refrán de majaderos.
La providencia de dios está llena de azares
de múltiples rostros.
De murmullos de espanto en los umbrales.
Momentos de ocio, de fotografía: la mujer desnuda
en la autopista, las torres del silencio, la noche
devoradora de mañanas”.

El anterior poema de Ricardo Ramírez Requena se titula Lentitud y estos ojos de la Poeteca son también ojos para lo profundo de una cotidianidad que va narrando otro tiempo, que no es grandilocuente, pero tampoco tiene la confusión con la que los medios nos invitan a desentender un país. Su poesía nos devuelve la escala humana donde todo sigue pasando como nos pasa a todos.

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Fuentes:

 

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