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DOS APUNTES BREVES SOBRE CRIMEN Y CASTIGO

El hombre honesto y sensato dice lo que siente

y el hombre práctico lo escucha y luego se lo come.

Fedor Dostoievski

 

 

 

1

 

Si bien Dostoievski procura activar la función intelectiva en el carácter sucesivo de los hechos y las personas, vemos como expresa concepciones que se traducen en los instantes en que el interés primario es trascender el espacio-tiempo donde se suscitan; esto es, tratar de ir más allá de una realidad concreta, pero sin evadirse de la experiencia que los acontecimientos de dicha experiencia, podrían haber suscitado en su caminar. Tal y como lo han intentado los protagonistas de una metafísica que se ancla al aquí y ahora y, no obstante, pretende ir más lejos que su propia inmediatez.

 

Fedor Dostoievski es el creador de una poética, de un ejercicio espiritual que desemboca en la reflexión de nuevas posibilidades a partir del cotidiano drama humano. Su obra es una proyección que nos concientiza de ese “límite que es peligroso rebasar”; de la necesidad de enriquecernos atreviéndonos a más, como el que adivina que “el poder se da únicamente a quien tiene el valor de inclinarse y tomarlo”. Si no fuera de ese modo, leer a Dostoievski sería sentenciarnos a morir inexorablemente sin conocimiento ni asombro o, en otra instancia, asumiendo el peso del hábito sin posibilidades de un lenguaje que lo narre.

 

Crimen y Castigo nos delata, nos relata, nos descubre en el ejercicio de su trama y nos sorprende ejecutando necedades mientras vivimos mediante el pensamiento y las palabras. Esta novela nos sujeta a la evolución y al retroceso de una cábala que está firmada por el número ocho que aparece en las puertas de los apartamentos, en las horas, en las exhortaciones: “¿cuál es el número que les gusta a ustedes? ¿el ocho?”, un número que se repite en el reloj, en los días, en los objetos que Raskolnikov alcanza a robarle a la vieja muerta. Y está la simulación, la mascarada de una insana contabilidad, y el capricho interesado por conseguir la reputación de personas nobles; el amor que nos adeuda con los demás, el que ofrecemos al dinero, la viciosa mirada de los hombres que, resentidos con su origen, intentan sobrepasar lo que en el fondo de sí mismos sigue encadenando su alma.

 

Crimen y Castigo es un decreto moral, una presencia estética, la realidad psicológica de un hombre sumido en un tránsito que lo involucra con la miseria de los demás, con el suicidio, con el asesinato; es la entrega enfermiza a un sueño que nos doblega y nos convierte en cómplices del odio, en víctimas, en jueces del escándalo que arruina la cordura de los habitantes del mundo. Todos los que hemos leído este libro estamos de acuerdo en algo, ya no somos los mismos.

 

 

2

 

Mentir supone de antemano un acercamiento a la verdad, un aceptar la disculpa -por no mencionar lo justo-, de la palabra vencida del otro. Continuamente mentimos a los demás tratando de invadir su certeza, de materializar ese otro origen desde el que todos los acontecimientos decisivos de la vida, pierden su curso y dejan de asistirnos con su presencia. Somos condición que refleja el deseo de superar aquel estado de frustración que sólo puede ser traducido cuando aceptamos las equivocaciones, los traspiés que inquietan nuestro “yo” -ese simulacro- y lo separan de una práctica real en lo que a diario ocurre. Dostoievski nos exhorta a mentir todo lo que queramos; siempre y cuando lo hagamos por nosotros mismos, por nuestro propio ingenio. Entonces nos cubrirá de besos.

 

Raskolnikov, enfrenta el hecho de que es posible que aquel que calla todo lo que sabe, está mintiendo, y es por esto que debe salir de esa fiebre que lo arrolla debilitando su voluntad de vivir. Se consume entonces en persecuciones constantes que lo acercan a un estado paranoico, de persecuciones ficticias donde el único que lo descubre es el “otro” que lo habita, su desnudez, la involuntaria sombra. Fuera de él, no hay, en principio, una evidencia de su existencia criminal. Raskolnikov sufre de una gran locura, un arrobamiento que lo atenaza por haber consumado el hecho al que lo había impulsado la repugnancia; por haber cruzado aquel límite que no le permitiría volver jamás: matar a sangre fría, desordena la vida, y si algunos sobreviven a la culpa, podrían caer en el complot de la venganza.

 

La pasión desbordada de nuestro protagonista, encontraría el vínculo, la relación esperada, en aquella joven a la que comienza a frecuentar en su pensamiento, padeciendo un afecto pasivo que lo liga con la libertad hasta que descubre que ella, Sonia, es también parte de su emoción turbulenta, de esa embriagada mistificación del “pecado”. Entonces se escapa de la realidad cometiendo disparates con sentido; o sea, llevando a los persecutores tras su huella, hasta lograr que la verdad lo venza, pues, es su propósito. De ese modo confiesa su secreto, la sangre que le baña las manos, la memoria y la cordura.

 

Poco a poco, Raskolnikov va aceptando ese hundimiento en la oscuridad originaria que le mostró la verdadera vida que llevan los que se apoyan en el fracaso de un error voluntario, en su podredumbre y, también, el comienzo de un martirio que, después de todo, fue animado por el amor y la esperanza. Eso, para muchos, podría propiciar en el hombre el anhelado desenmascaramiento de lo que viene siendo, devolverle su naturaleza divina; podría llevarlo a la auto-desmitificación y a la aceptación de fuerzas sobrenaturales que lo inquietarían de nuevo y le abrazarían con beneplácito.

 

De todos modos, me parece que no es mucho lo que han dejado vislumbrar en su mensaje, este tipo de ideas: suceda lo que suceda, mientras el muerto cae, su asesino mira hacía el vacío para que la mirada que se apaga no lo remuerda. Ya no habrá salida para su estallido. Por dicho motivo me he tomado el tiempo para estas breves palabras hace ya muchos años escritas, pues, podrían servir a alguien más que aún ignora cómo buscarse, sin tener que invisivilizar al que lo acompaña en la trama de los que, irremediablemente, serán abatidos por la costumbre de morir.

 

 

 

Víctor Raúl Jaramillo

Medellín, agosto de 2017

 

Imagen: fotografía de Alejandro Restrepo Arboleda

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