Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

El Trío del Diablo

I.

Me desperté como si no hubiera dormido, o sea sobresaltado, como si hubiera soñado -¿o vivido?- aquello que a veces me sobrecogía, me excitaba y a la vez me atormentaba: ella.

En el momento de sentarme en el borde de la cama toda la habitación me dio vueltas por unos segundos que me parecieron horas. Repartidas aquí y allá: revistas, libros, botellas de cerveza, cajas de cigarrillos, algún que otro porro a medio fumar constituían básicamente mi sancta sanctórum.

Más allá de las puertas de mi habitación escuchaba el ir y venir de unos pasos apresurados y el siseo de algo en la cocina. Suspiré mientras asimilaba mi regreso al mundo real, si es que alguna vez he podido escapar de él. Hice un par de estiramientos y al ajustarme el bóxer con el que dormí, salí a la lluvia dorada de un cielo sin nubes desollando con enormes destellos aquellas paredes blancas y apenas decoradas en el pequeño apartamento.

Alexis, dueño del apartamento y que me proporcionaba una de sus habitaciones por parcería y camaradería, iba de un lado a otro haciéndoselas de chef en la pequeña cocina haciendo y deshaciendo mágicamente. No sabía que sabía cocinar.

De piel blanca, cabello rubio y corto, barba de unas semanas y ojos azules… mejor dicho un enano gringo, yo era más alto que él. Estaba, mientras peleaba en aquel gourmet grasoso y chisporroteante, se ajustaba la corbata sobre un traje barato de oficina.

—¡Eh, ma’nigga! —me saludó a voz alegre mientras me recostaba en el umbral de la entrada de la cocina—. Bonito día, ¿no?

—Claro —bostecé—, otro caluroso día en el culo del infierno… ¿y esa pinta?

—Tengo que ganar plata, ma’nigga, por eso debo estar presentable, limpio y bien acicalado. Tengo una reunión con una empresa privada, parece que quieren patrocinarnos si le promocionamos su marca. Si llegamos a buenos términos vamos a ganar mero platal.

—Bueno, no está mal.

Alexis apagó el fogón, sirvió el huevo revuelto con jamón en dos platos, más un par de tostadas, buñuelos y una café con leche en la pequeña mesita rectangular que servía como “barra” de la cocina. Alexis tenía una pequeña empresa de entretenimiento por internet, al que llamaba IC Entertainment, y claro que cuando cualquier empresa se ofrecía a apoyarles con tal de que hicieran publicidad a su marca, era enormemente beneficioso para él y sus tres colegas de oficina.

—Oíste —comentó—, ¿y si en la noche vamos al gym a pulir estas carnitas y estos huesitos?

—No me jodas, Al —negué con la cabeza haciendo que mis crespos oscilaran en ambos lados de mi rostro—, que pereza ir con un montón de manes que fingen ser hombres cuando se morbosean y se aprietan en calzoncillos marca paquetes. Odio los gimnasios. Esa obsesión tuya de estar yendo al gimnasio es culpa de lo que le hiciste a Laurita. Volvé con ella más bien. Esa culicagada te conviene.

—Estamos en 2017, ya nadie dice gimnasio. Y respecto a Laurita, ella me fue infiel, ¿se le olvidó, negrito?

—Claro, no se les dice ni gym, ni gimnasios, ya son Smart Fits… Y pues claro, ella te fue infiel, pero vos se la jugaste primero a ella. La cagaste primero.

—¿Yo la cagué? ¿Y qué me dices de tu cagada con Evelyn?

—Bueno, sí, yo la cagué también, pero tu cagada fue más grande, como una cagada de elefante.

—No creo, vos la cagaste más que yo.

—No, vos mucho más que yo.

Terminamos el desayuno. Reímos.

—¿Y qué va hacer hoy, ma’nigga?

—Creo que voy a buscar la manera de inspirarme en algo o en alguien, encender mi portátil, escribir siquiera cinco páginas y buscar un empleo que no me esclavice por más de cuatro horas…

—¿Ah, sí?

—…O a lo mejor veo porno, me hago una paja y me vuelvo a dormir. Despiértame cuando vuelva.

Llevé los trastes al lavaplatos, Alexis  se fue al baño a cepillarse y con la espuma de la pasta dental iba y venía, se colgó un pequeño morral al hombro, yo ya había terminado de lavar la loza cuando se despidió.

—Ey, que le vaya bien por allá, en la reunión, doctor —le dije dándole unas palmadas en el hombro—. Voy a levantar las manos como cuando apoyé a Gokú con la genkidama pa’ que le vaya bien.

—Pilas pues para que vayamos al gym, no se vaya a torcer.

—Parce, en serio, volvé con Laurita, esa pitufa querida lo vale, no por volverte una viga vas a dejar lo pendejo que a esa nena le fascinaba de vos.

—Bueno cuando salgamos de allá, hay polas como premio.

—No serías un policía honesto, ya te vi, blanquito de mierda.

—Pero no se ilusione con que me voy a poner pantaloncitos marca paquetes, ni voy a hacer flexiones, no se ilusione.

Alexis se fue, yo volví a mi habitación y encendí el portátil.

 

II.

Uno tenía como concepción de gimnasio a una pequeña muestra de aquello que representaba la belleza del ser humano en cuerpos femeninos y una muestra de poder en los masculinos, como los griegos. Y los nombres de antes eran muy vigorosos, Gimnasio Espartaco, El Coliseo, La Arena de Hércules… esos eran gimnasios de verdad. Pero los de ahora… Que tristeza.

Llegamos a uno de esos gimnasios mariquitas más o menos a las cinco de la tarde. Todo el día la pasé en cama, viendo memes, desperdiciando el tiempo en contenido xxx y dormir. A Alexis parece que le fue bien y quería que al finalizar en el gimnasio iríamos a celebrar.

Alexis hacia cardio, algo de abdominales, esfuerzos ridículos de sentadillas y esas mierdas mientras yo me limité a robar el WiFi. No faltaron los Johnny Bravo que se pavoneaban unos a otros como en una pasarela mientras se envidiaban los músculos como en Miss Universo.

No pasó mucho cuando ya Alexis se cambió y nos fuimos al Parque del Poblado.

Luego de tomarnos un par de polas, encontrarnos con conocidos tanto para el como para mí como para ambos, yo sugerí:

—¿Y si vamos al Green Bar?

Subimos un poquito más arriba del Parque del Poblado. La noche era plácida y se concatenaba con el ambiente de alcohol, cigarrillos y sexo postrer en aquel lado de una Medellín que se confunde en sí misma.

Pero por dármelas de filósofo pensando aquello no me fijé en que delante de mí había un poste y para cuando reaccioné era tarde. El golpe me dio en toda la frente, y sentí al instante un pequeño chichón, pero lo suficientemente contundente como para darme la advertencia de que si fue prominente ese golpe.

Un par de gorilas inflados parecidos a los del gimnasio estaban en la puerta fingiendo la seriedad de los guardaespaldas del presidente.

—¿Cuántos años tenés? —dijo el calvo de voz afeminada, se me parecía a un actor porno gay. No me pregunten porqué lo sé.

—Los suficientes para entrar —dije sonriéndole.

—Cédula —ordenó.

Cuando pagamos el cover e ingresamos, Alexis me gozó por tener aún las facciones de un puberto de dieciséis, ¿pero qué culpa tengo de que mis crespos fueran tan tiernos?

Adentro atronaba una banda tributo a Queens Of The Stone Age, justo habían empezado con mi canción favorita You Got A Killer Scene There, Man… Al frente de la banda, ubicada en la tarima al fondo, dos chicas, una blanca y otra morena, vestidas al más puro estilo burlesque, se contorneaban al son del tema de rock, en una mezcla de ritmos acompasados, seductores, con una guitarra melosa, sutil, reptil.

—¡Ey! —exclamó Alexis— ¿Esa es Nicole?

—¿Cuál? —pregunté yo. El nombre me sonaba, pero con la pequeña prendida que tenía gracias a las cervezas no me daba mucha seguridad.

—La que está bailando con la blanquita.

En efecto, ese par de tetas sí que eran tan únicos en el mundo como una huella digital. Nicole, era de baja estatura, las pocas veces que hablé con ella me la gozaba por decirle que su estatura estaba más a la altura entre un hobbit y un enano, por ende a veces le decía de cariño Pitufina.

—Viéndola con ese vestido así no está tan mal, dejando de lado su tamaño —comenté mientras ingresábamos entre la ola de gente que había en el lugar.

Nos sentamos en la barra. Alexis pidió un par de cervezas. Yo tomé un par de sorbos y coloqué la cerveza en el chichón. Cerré los ojos y dejé que el ambiente pesado, las fantasías morbosas, mojadas y lascivas, más la canción de aquella banda tributo a Queens Of The Stone Age, que por cierto no sonaban tan mal.

Pensé en ella, Evelyn, en las apenas líneas que escribí esa misma mañana antes de dormirme otra vez:

…Y termino diciéndole al viento lo mucho que todavía la amo, aun cuando la veo perderse en el crepúsculo de mis recuerdos.

Sentí entonces un pequeño empujón amistoso de Alexis que me preguntaba si estaba bien, y como vio mi cerveza helada en donde me di el golpe pareció preocupado.

—Sí, estoy bien, parcero —contesté brindando con él las cervezas.

—Oíste, nigga, pero parecemos más un pareja gay que aún no ha salido del closet que dos parceros que salen de juerga a buscar carne fresca.

Claro, pero si estaríamos con nuestras mujeres la cosa sería diferente —comenté—, hasta podríamos haber culminado la juerga con una pequeña orgía en el apartacho, ¿no?

—Pues sí… —respondió este con un tono algo decepcionante mientras miraba su cerveza—, pero al haberla cagado…

—…Nos arrepentimos —atajé—. ¿Sabes que mucha gente se muere sin conocer el verdadero amor? Todo el mundo comienza su inesperada comedia romántica en algún momento de su vida, y a la final todo es una mierda. Pero a vos y a mí nos querían nuestras mujeres por lo que éramos y la cagamos. ¿Y todo por qué? ¿Por un culo pasajero que olvidamos diez minutos después?

Hubo un silencio mutuo que ahogamos en el bullicio de la gente.

—Sí que estamos aburridos esta noche, ¿eh? —dijo Alexis terminando la cerveza y se giró para saludar a alguien.

No había caído en cuenta que la canción había terminado y ahora la banda se disponía a recoger sus instrumentos. La nena que ahora saludaba a Alexis era Nicole. Sus senos parecían querer salirse de aquel corsé de cuero.

—Los vi desde que se sentaron aquí, ¿qué tal? —me saludó con esa chillona voz—. Esperen voy a cambiarme y me uno a ustedes, vine sola, y el bajista de la banda me hizo la propuesta de bailarles en la presentación porque la que tenían se enfermó. Pensaba irme para la casa, pero ya que los vi a ustedes…

—Pues si quieres —dijo rápidamente Alexis—, mientras te cambias nosotros te esperamos afuera, aquí todo es algo cariñoso.

Se despidió de nosotros y el gentío se tragó su pequeña figura.

—¿Entonces? —se volvió Alexis hacia mí con un tono sugerente que ya conocía bien— ¿la camellamos y nos la llevamos al apartamento? Ya que he estado con ella, conociéndola, sé que se le mide.

—Sí que estamos aburridos esta noche, ¿eh?

Cuando salimos del bar y cruzamos el par de adictos a los esteroides de la puerta, un par de mujeres, abrazadas y felizmente prendidas nos topamos en mitad del andén. ¿Quién iba a pensar que nuestras ex aparecerían ahí por obra y gracia del Espíritu Santo?

—¡Pero mirá eso! —exclamó Alexis.

—Vaya, vaya… —dije yo— ¿Quién lo diría?

—¡Wow! —dijo Evelyn aguzando los ojos y mirándome la frente— ¿y qué te pasó ahí?

—El karma me pateó el culo —respondí.

Ellas se rieron. Laura se dirigió a Alexis:

—¿Y no hay besito ni nada?

—Ni mierda —respondió jovial mi colega—. Si quieres un poco de este chocolate blanco ya sabes dónde encontrarme.

—¡Así se habla, nigga! —dije y le choqué el puño que me extendía él—. Esa es la ventaja de andar entre amigos, que la juerga nunca acaba, y la madurez no existe.

—Mejor entremos de una vez —dijo Evelyn empujando a Laura a la entrada del bar—, seguro que tenemos más suerte que ellos que salen casi como una parejita gay.

—¡Ey, eso dolió! —dije.

—Porque la verdad duele —respondió Evelyn sonriéndome sarcásticamente.

El par de músculos se hicieron a un lado y ellas entraron tambaleándose unas a otras. Yo miré a Alexis que contemplaba divertido la escena. Apenas nos habíamos acomodado de pie en el borde de la acera cuando la voz chillona de Nicole nos saludó otra vez. Estaba ahora con el cabello suelto, hasta la mitad de su espalda, que cargaba además un pequeño bolsito, la ropa que usó en el show con la banda; en un vestido de un solo encaje blanco con puntitos negros. Sus senos prominentes se aprisionaban en aquel sostén.

—¿Y listo, a dónde nos vamos?

Alexis y yo nos miramos.

 

III.

Bajamos los tres del taxi justo al frente del edificio de apartamento, pero caminamos a la esquina a una tienda que estaba abierta las veinticuatro horas. Compramos más cerveza, algo de mecato y condones. Saludamos al vigilante de la caseta del estacionamiento, dejándole uno de los mecatos y subimos en el ascensor hasta el décimo piso. Procurando hacer el menor sonido posible, para que no se despertaran los vecinos, entramos en el apartamento.

Me quieté los zapatos, revisé mi celular y me acomodé en uno de los pufs dando otro profundo sorbo a mi cerveza. Nicole entró al baño y Alexis entró en su habitación pero n tardó mucho. Volvió con un cenicero, un encendedor y un par de porros de los que llaman apanaditos. Nos fuimos al balcón.

—Bueno —decía Alexis mientras organizaba el porro y lo encendía—, es sino entonarla a ella con esto y finiquitamos el trabajo.

—¿Sí se le mide? —dudé.

—Créeme, nigga, ya que le he dado a ella parte de mis fluidos corporales… Es mera grosería.

—Vale, hombre, te creo. Pero si logramos hacerlo, debemos poner reglas.

—Ajá.

—Primera y última: no quiero cruce de espadas. No quiero tu Braulio cerca de mi Ernesto, ¿entendido?

Me pasó la matica feliz y di un par de caladas profundas mientras contemplaba la extensión de la ciudad a nuestros pies. Nicole se hizo con nosotros y dio profundas caladas al porro. Tomamos cerveza, reímos, escuchábamos música del celular de Alexis. Hasta que entonces ella volvió a ir al baño, ya estábamos lo suficientemente colinos para querer fumar más.

—¿Y bien? —dije yo a Alexis acomodándome en el puf.

—Pues nada, llevémosla a mi habitación, ¿o a la suya, nigga?

Iba a responder cuando Nicole volvió, esta vez con el corsé de cuero, la pequeña falda exhibiendo sus fibrosas piernas y unos tacones altos.

—Bueno —ilustré—, ya conoces el dicho, nigga, si la montaña no viene a Mahoma…

No hubo más preámbulos, por lo que no dudamos en entrar al apartamento, ir a la habitación de Alexis y comenzamos a darle. Besos, manoseos, caricias, erecciones, gemidos, el roce de la piel, las prendas desprenderse… todo un escenario propio para una película porno, y en mi opinión, mucho mejor que 50 Sombras de Gray.

Su boca sí que era prodigiosa para hacer un oral, y tal vez eso fue el remedio para que me olvidara del dolorcito del chichón en mi frente, aunque la yerba hizo la mayor parte. Y sus manos mágicas hacían lo suyo cuando labios y lengua se ocupaban del otro. Le manoseábamos las tetas, grandes, firmes, y lo mejor: naturales. Le acariciábamos su clítoris, húmedo, casi chorreando de placer. Entonces yo la penetré primero. Entró con total facilidad, casi como cuando uno desliza mantequilla en una arepa caliente. Y mientras yo le daba, ella seguía haciéndole magia a Alexis con un oral impresionante que, confieso, con solo ver como lo hacía me envalentonaba más en darle.

Luego intercambiamos los papeles, ella me masturbaba a mí a la vez que Alexis le daba sin consideración y violencia desenfrenada. Se escucharon un par de sonidos húmedos en ella, lo que indicaba que se había venido ya como tres veces. Luego ella se acostó, y masturbaba con las manos a Alexis y yo le daba oral. Mi lengua es prodigiosa para eso, sin darme alas, claro. Ella se aferraba a mis crespos, lo que sentía como un poderoso estimulante, me comprimía la cabeza con sus piernas temblorosas y entre tanto mi lengua jugaba con sus labios verticales, mis manos agarraban sus tetas.

Pero en aquel momento escuché un poderoso golpe que venía de mi espalda. Me estremecí por el golpe, me giré violentamente zafándome de las piernas de Nicole y vi que la puerta de la habitación estaba abierta y un par de figuras se apoyaban en el marco. Una un poco más alta que la otra, cabellos largos, con cervezas en mano y figuras esbeltas. Una de ellas encendió el interruptor que estaba al lado de la puerta y la luz desveló a Evelyn y Laura.

—Oh… —me quedé de piedra.

Alexis exclamó algo que no entendí, y Nicole seguía estremeciéndose. Y cuando menos pensé recibí un poderoso estalle de lubricidad de las piernas de la bailarina burlesque. Sus líquidos vaginales me cayeron en toda la cara, sentí aquella bebida caliente en mi boca, de sabor algo insípido y viscoso.

Nicole, Alexis y yo explotamos en risas ante las caras desencajadas de Evelyn y Laura.

Todo pasó muy rápido a partir de eso. Un pequeño alboroto se elevó en la habitación. Nicole corrió al baño a limpiarse y cambiarse mientras se ponía colorada de la vergüenza. Alexis y yo nos empeñábamos más en dar explicaciones a nuestras ex que en cubrir nuestras partes. Laura quedó discutiendo con él mientras que Evelyn caminó a pasos largos y seguros para el ascensor. Yo tomé una cobija en el suelo, me limpié la cara con el squirt de Nicole y me envolví la cintura y corrí tras ella. Evelyn apretó el botón y los circuitos del ascensor se accionaron para subir la cajita transportadora.

—¡Eve! —le dije mientras me esmeraba en no tropezar—. No te enojés, en serio…

—No estoy enojada —sus palabras sí que eran heladas—, pero sí que sos asqueroso.

—Yo sé que no es la escena más bonita con la cual encontrarse pero nadie les pidió que vinieran, y por cierto… ¿cómo entraron?

—Porque Laura aún guardaba la llave cuando vivió con Alexis —apretó el botón del ascensor desesperada, resopló y me miró— Y sí, no es la escena más bonita, igual nadie nos pidió que viniéramos, por eso me voy. Además no me des disculpas, no somos nada, así que…

—Pero si vos si sos charra, Eve —repuse mientras me agarraba bien la cobija en mi cintura—, no podés decirme que me joda y me olvide de vos, tal como me lo manifestaste aquella vez en el café, y de pronto volver a mi vida así como así…

—Ajá, ya sé —contestó cortante— y no volveré a cometer ese error.

—¿Entonces por qué viniste?

—¡Porque aún te amo, wey!

Quedé en silencio y de piedra. No sabía que decir o replicar en ese momento y por un segundo me sentí en ridículo.

—Créeme —di un paso hacia ella—, yo también te amo y…

Sonó el timbre del ascensor y las puertas se abrieron. En esas salió Nicole del apartamento, con el vestido de encaje blanco con puntitos negros, caminando a paso vivo dirigiéndose por las escaleras.

—¡Chao, cariño! —se despidió.

Me limité a sonreírle y cuando me volví a Evelyn ya estaba entrando en el ascensor. Bloqueé las puertas pero cuando iba a continuar Laura salió igual de disparada que Nicole y entró en el ascensor con Evelyn. Entendí que ya nada podía hacer por ahora, por lo que di un paso atrás dejando que las puertas cerraran mientras trataba de buscar una última mirada en Eve. Pero miró a otro lado y la puerta se cerró.

—¿Cómo la ves pues, nigga? —me dijo Alexis en la puerta del apartamento sosteniéndose una cobija en su cintura.

—Pues mira… —dije entrando con él— ¿no es un alivio estar sin mujeres que nos agobien todo el tiempo? Y la ventaja de estar entre parceros es que la fiesta nunca acaba, pues es una celebración de agudezas compasivas.

Cerré la puerta.

 

Compartir:

Facebook
Twitter
WhatsApp

También te puede

interesar

Revolución del lenguaje
Xenofobia
Peladxs parlantes
Mientras desayunamos