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Tres historias de vidas arrebatadas por el conflicto armado colombiano

Por: Luis Gabriel y Diana Marcela – Editores de Ciudad nivel 1.

Rememorar es volver al pasado y traer contigo a otros para revivir gestos, caricias, abrazos, palabras e ilusiones. Es un acto indispensable en la historia que nos ha permitido reconstruir juntos relatos de vidas, de país y de conflicto. En 50 años de guerra colombiana se cuentan 7 millones de víctimas de desplazamiento, 980 mil víctimas de homicidio, 170 mil desapariciones forzadas, 10 mil torturas y 35 mil secuestros. La violencia ha dejado al aire muchas historias sin contar, dejó a miles de madres buscando un rostro, un nombre, un cuerpo o, al menos, una respuesta de por qué un día les quitaron el ser que con tanto esfuerzo se pasó formando en su vientre y años criando con anhelo; ha dejado una cadena de heridas sin sanar, promesas sin cumplir, conversaciones postergadas y familias incompletas. 

En el Festival del Libro de Itagüí de este año conocimos dos historias de homicidios en el departamento. Conversamos con Francisco Valencia y con una mujer que prefirió no darnos su nombre. En ambos testimonios se refleja el crudo dolor que dejan los asesinatos de seres queridos. 

El padre que heredó los sueños de su hijo

Julián David, hijo de Francisco Valencia, soñaba con terminar su carrera de Reforestación y Preservación de Cuencas en Canadá. Su sueño se apagó por culpa de la violencia: en 2009 lo asesinaron. Lo que se creyó primero fue que lo habían confundido, pero Francisco no cree que haya sido una confusión. A él lo mataron en Niquía en una mañana de ese año. Lo que su padre cree es que la razón del homicidio fue por ayudar a una joven que, presuntamente, era pareja de un paramilitar de Bello. A Julián David nunca le interesó el conflicto armado, lo único que él quería era devolverle el color verde a las tierras colombianas. 

Francisco heredó los sueños de Julián. Hoy él, un adulto mayor revloucionario y crítico del mundo, tiene en sus planes crear una fundación que se llame “El paso del cambio”, una granja comunitaria autosuficiente en la ciudad y el campo para desmovilizados y para todos. El padre de Julián les dejó un mensaje a los jóvenes del país: “El día que nos reconciliemos, nos reforestemos dentro y fuera de la tierra, podremos llamarnos humanos. Queremos un olvido y seremos ese olvido porque en realidad la historia nos va a juzgar con pena y dolor, por ser tantos en el extremismo y la revolución de la muerte”.

Nada Justifica el Homicidio | Fotografía: Vanessa Gutiérrez

Un abuelo que dejó huella

Una profesora de jardín que prefirió no darnos su nombre, nos compartió la historia de Libardo Bedoya, su “abuelito”, como aún lo llama. Fue durante en el conflicto armado, en 1996. Él tenía un negocio en Urabá y se negaba a pagarles vacuna a la guerrilla y a los paramilitares. Libardo Bedoya dejó huella en el Urabá: creó un parque en Currulao, corregimiento de Turbo, Antioquia. Además fundó el Club de Leones de la región. Su nieta lo recuerda como un líder por naturaleza, porque con su ejemplo y valores motivó a otras personas de la región. 

Su nieta, que aún recuerda con dolor lo sucedido, nos también nos dejó una reflexión sobre la violencia: “Sé que en muchos lugares se habla de la violencia, pero también sabemos que hay violencia psicológica en Colombia ligada a otros temas que no tienen que ser políticos, como la orientación sexual y formas de pensar; yo como docente las vivo todos los días, manejo a niños en primaria y se ven muchas cosas, incluso virtualmente, porque así trabajo. Al no tener un lugar para poder expresarse, los niños acuden a la violencia y pasan de víctimas a victimarios”.

Nada Justifica el Homicidio | Fotografía: Vanessa Gutiérrez

Reflexiones en poesía

Aunque el conflicto y la violencia no se vivan en carne propia, podemos reflexionar sobre el valor único e irrepetible que tiene cada vida. Mayer, una poetisa que en el Festival del Libro de Itagüí vestía sombrero, ropa holgada y libre, conserva una mentalidad revolucionaria y joven. Afortunadamente, explicó, la violencia no se le ha llevado a ningún familiar, pero cree firmemente que “así no toquen a nuestros familiares, cada joven que muere es un hermano, un amigo, un ser, es de una familia”. 

La violencia es algo que vivimos cada día, y aunque los jóvenes tenemos más probabilidad de padecerla, cada ser que alce su voz para pedir paz, será señalado, catalogado como “peligroso” y perseguido automáticamente. Por eso Mayer nos comparte estas palabras antes de finalizar: “El hombre no es mero manipulador de su mundo, sino alguien capaz de interpretar el mensaje que ese mundo trae en su interior. Ánimo jóvenes que no nos manipulen más. Déjennos expresar lo que hay en nuestro corazones, para bien de todos”.  

77 masacres en el 2021, con 279 víctimas (con corte a octubre) es una señal evidente que en la actualidad aún estamos siendo expuestos a la enorme violencia en Colombia, estamos acostumbrados a la cultura del odio, a echarle la culpa al otro. Nos hace falta ponernos en el zapato del otro y cuando como sociedad aprendamos a ser conscientes del valor en el otro, vamos a tener la oportunidad de gozar de una paz próspera y verdadera.

Desde el comité NoCopio creemos firmemente en que nada justifica el homicidio ni el feminicidio.

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