Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

1

¿De qué hablar ahora cuando todo es una angustia inútil? ¿Cuál es el motivo para hablar ahora cuando las palabras están cansadas? ¿Por qué insistir en el flujo que todos padecemos? Eso, padecemos. Porque el padecimiento es el camino entre el dolor y el sufrimiento. ¿Dónde está el dolor? El dolor está en mi tobillo, en mi espalda, en mi cabeza. ¿En qué lugar está el sufrimiento? El sufrimiento está en mi mente, en la saudade que declara alguna agotada conciencia, un alma encallecida. Y el padecimiento, ¿en qué lugar se encuentra? El padecimiento es el dolor entendido, el sufrimiento conquistado. Su lugar es el mundo, todo el mundo y su agitada trampa embrutecedora. Padezcamos este mundo y callemos ante la corriente del río que nos lleva al anhelado viaje por el mar. Allí, en el oleaje donde nos hundiremos con la mirada perdida en la distancia, transformados en el silencio que borra toda memoria. Dirijamos la marcha hacia el oceánico abismo donde ya no habrá posibilidad alguna de recordar. Y digamos: ¡adiós, amigos míos! ¡La barca comienza su último viaje por la nada!

2

Si alguien viene a nosotros con un dolor, quizá sea importante decirle que su dolor es su existencia, que aprenda a sentirse parte de su dolor, pues, si se lo quitamos, podría morir. Como repetía aquel caminante que enloqueció abrazado a un caballo: ¡hazte amigo de tu dolor!

3

El alma duele porque el alma es cuerpo, una parte del cuerpo. La conciencia sufre porque la conciencia es respiración, huesos, músculo desesperado que busca proseguir en la gramática palpitante de los vivos o ausentarse de su insistente cronología desgraciada. La vida es canto abierto y desorbitado que encuentra en el azar la metódica manera de ejercer su destino entre el dolor y el sufrimiento. Pero ¿qué es el destino? ¿Acaso la variación constante de lo que se escribe cuando tomamos una decisión, cuando asumimos nuestra pequeña dosis de libertad, cuando sumamos otro paso a la extensa cadena de elecciones que nos llevan por aquella noche que no pedimos? Eso es, precisamente. Y el destino también es la decisión que se toma al no hacer, al no participar en el juego de las decisiones. También es no elegir: quedarse quieto bajo la sombra de la mudez.

4

El vacío existencial podría surgir de la ausencia de dolor, de la falta de retos para franquear lo vivo, la inexactitud de lo vivo. Esa puede ser la explicación del suicida: su estable y siempre rutinaria condición, su eco entrecortado ante los sueños convertidos en humo, ante la sombra de lo dicho, de cara al espejismo que refleja la voz enardecida de nadie, siempre detenido en la vaguedad de un camino inexistente o anclado a un destino unánime y sin refutación. ¿El suicida sufre? ¿Todo le duele? No solo eso. Entre su dolor y su sufrimiento suele estar el padecimiento que acobarda o anima la cacería de sí: esa tiranía puesta por los siglos en nuestra carne, en la memoria que busca estallar y avivar la voluntad, la detenida fragilidad que empalidece los actos ante la angustia de vivir. Su libertad de ser, de llegar a ser algún día.

2 Responses