Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

Comer carne

Por: Julián Hoyos – Editor de Ciudad*

Más allá del consumo de alimentos por necesidad biológica, hablemos del placer en el consumo de carne: ¿Cuál es el placer, dónde recae y hacia dónde se dirige? El sabor, la textura, la preparación, el aroma… ¡NO! El placer en el consumo de carne está en matar, está en producir dolor, pero no directamente, no, como buenos carroñeros el infringir dolor no da placer, eso sí, algunos lo sienten, pero no son más que contados casos de esquizofrénicos que asumieron el papel de depredadores en una humanidad carroñera. 

Somos una manada de buitres siguiendo a leones solitarios, o somos rémoras parasitando tiburones. En todo caso, la muerte es placentera, y alimentarse de ella es una necesidad. Consumir vegetales también implica matar, pero no de la misma forma. Los vegetales por su propia naturaleza son portadores de beneficios y los entregan para su propia supervivencia, es decir, ellos entregan su vida a voluntad (en la mayoría de los casos) y el consumirlos es beneficioso para el cuerpo y el espíritu. Pero matar animales para comer es diferente. Matar (y con esto de acá en adelante excluiré a los vegetales) implica ubicar a la víctima, y en esto somos expertos los humanos, no más hay que mirar cómo somos capaces de delimitar territorios y clasificar naciones que queremos depredar, no importa si la acción es bélica o si por el contrario solo funciona como un mero ejercicio de expectación. 

En todo caso, ¿quién no ha comido carne eslava en estos últimos días? Es sabrosa porque está fresca, y como dicen los amantes del churrasco, entre más sangrienta más deliciosa. El siguiente paso es el acecho, como el del solitario lobo hambriento que te espera al doblar la esquina con una navaja que más peligra por su óxido que por su filo, o el de las sonrientes hienas que se sientan en el recinto del Senado a saborear el tesoro del gigante paquidermo moribundo que en algunas naciones llaman estado. Algunos también acechan presas pequeñas, más fáciles de engullir, incluso cuando esta presa podría ser un depredador mayor en una etapa diferente del desarrollo. Como las garzas que se zampan los pequeños cocodrilos, así el depredador sexual acecha desde la claridad de la seguridad familiar. 

El acecho también está presente en el profesor que quiere humillar al alumno, en el padre que quiere encontrar siempre errores en sus hijos. Esa mirada fija, brillante y hasta hermosa que tiene el tigre antes de lanzarse sobre la yugular del venado, así mismo es la mirada de la tomba cuando ve un joven con mochila precolombina y olor a hierbabuena en las calles de cualquier suburbio de Latinoamérica. Pero eso no significa que el joven no tenga miradas depredadoras, no, para nada, todos acá podríamos ser matones si así las deidades del poder nos confirieran un poco de su encanto, el problemas es que no todos nacen con garras, con dientes o con fuerza… Pero esa no es la única vía posible para matar. 

Así la pequeña araña teje redes de hilo pegajoso que se encargan de atrapar a sus presas sin una confrontación directa. ¿No hemos visto cómo actúan los ministros de la Iglesia? Así como las arañas se sientan a esperar como las moscas caen en sus redes, así mismo los enviados de Dios usan su sotana y su retórica para atrapar voladores feligreses (si no han desarrollado el instinto depredador de un adulto ¡mejor!, más fácil de enredar) en tanto al siguiente proceso es el de matar por matar, así como el hombre es un lobo para el hombre, o más bien la práctica moderna, el hombre es un zombie para el hombre. Porque no hay mejor metáfora para referirse a cómo nos comemos entre nosotros mismos. Como dije en un principio, matar no está facilitado para todos, muchos se acobardan en el acto, otros lo ven con un asco, no necesariamente falso, sobre el suceso. Pero todos matamos, todos consumimos. El morbo es otra forma de matar, otra forma de violar, otra forma rapaz de llegar al otro, por medios propios o por la vivencia del otro. 

Así como cuando le dejamos la tarea al carnicero de ensuciarse las manos, de castigar al oído, para llegar a un producto estético, casi de recuadro, que se sirve con especias sobre la mesa, en agradecimiento a un Dios que también es carnicero, con una familia viendo en la televisión la carnicería humana, con un sistema que te come si te duermes un segundo, para llegar al último escollo del proceso que es la constante indigestión que acosa al ser humano.

*Columna de opinión que no necesariamente tiene que ver con la línea editorial de Ciudad Morada. 

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